Opinión

El circo de exteriores

Los desmanes cometidos por los gobernantes españoles en materia diplomática son, a partir del Congreso de Viena, motivo de chacota incluso para una gran parte de la propia plantilla del ministerio de Asuntos Exteriores, entre cuyas paredes trabajé durante dos años, primero en la antigua sede de Marqués de Salamanca, y más tarde y hasta mi vuelta a Galicia, en la nueva sede en las alturas de las torres de la calle de Serrano Galvache. Muchas de las buenas gentes que conocí en aquella etapa rica en la adquisición de experiencia, sumamente divertida en el terreno profesional, y muy gratificante, siguen siendo mis buenos amigos de ahora. Me abrieron los ojos a nuevas experiencias, me mostraron otras alternativas casi todas apartadas de la práctica del periodismo en la que había estado toda mi vida para mi suerte o desgracia, y aprendí mucho de sus generosas enseñanzas. Me recibieron como uno más y me regalaron un auténtico y fecundo aprendizaje.

Desgraciadamente, los responsables máximos de la diplomacia nacional no están a menudo al nivel de sus funcionarios. Algunos dirigentes se involucran tanto con el partido que los ha elevado a los altares que pierden perspectivas, mientras otros no son ni siquiera diplomáticos. Con frecuencia la cúpula del ministerio no tiene más remedio que plegarse a las exigencias de Moncloa desde donde se dicta y dirime la política exterior con directrices marcadas por los asesores presidenciales, a los que les importa el día de hoy y poco piensan en el mañana…

La imagen de la ex ministra de Asuntos Exteriores, Arancha González Laya, declarando en Zaragoza sobre el enojoso asunto de la subrepticia llegada a territorio español del líder saharaui Brahim Gali, trasladado en secreto a España para ser tratado de coronavirus en un hospital de Logroño, refuerza la compartida creencia del desbarajuste que suele presidir las decisiones tomadas desde Moncloa y que afectan a la cartera de Exteriores. Este es el caso y González Laya se ha visto delante de un tribunal que la ha tenido una hora y pico confesando, aunque confesiones sospecho que han sido pocas. La ministra se ha acogido al secreto de Estado y se ha negado a revelar quién estuvo tras la orden de meter de matute en el país al dirigente más odiado por Marruecos. Cargará con la culpa aunque solo cumplía órdenes.

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