Opinión

Cómo interpretar una poda

Hay una tristísima realidad en esta profunda crisis ministerial que ha desencadenado el presidente Sánchez partiendo de su reconocida disposición a enmendar su propio discurso y negar y afirmar sobre un mismo propósito con solo horas de diferencia. Sabiendo como se sabe que la sustitución de los ministerios responde exclusivamente a la necesidad de mantenerse en el cargo, cabe imaginar un riesgo cierto en esa impotencia evidente de sustituir a los que pertenecen a los socios con los que comparte pacto, y cabe suponer por tanto que esos ministro que no puede tocar lo condenen en las próximas elecciones. Sánchez se ha cargado a la mitad de los suyos, y la marea se ha llevado ciertos titulares que parecían intocables. Ábalos ha sido un mal ministro y un torpe muñidor en temas que no le correspondían ni entraban en las competencias de su cargo, pero era uno de los personajes fuertes del Gobierno lo mismo que ocurría con Calvo e incluso con Redondo, que si bien es verdad que no tenía cartera ministerial, si conservaba poder suficiente para ejercer como una de las vigas maestras del entarimado.

Sánchez los ha fulminado a todos ellos conociendo el sentido de las tendencias que se reflejan en las encuestas, y entendiendo que la hecatombe de Madrid ha descerrajado todos sus planes y le ha condenado a descabezar compañeros de viaje bajo la perversa máxima de “o ellos o yo”. Sin embargo, no le han dejado sus socios meter mano en el otro territorio, y cabe sospechar que sujetos tan intempestivos como Garzón o personajes tan haraganes como Castells, pueden descabalgarlo.

Pero el argumento más humillante de esta escabechina ministerial en la que han caído los que se consideraban intocables, es aquel que pone al descubierto la certeza del propio fracaso. Con el cambio de rumbo y de rostros en su gabinete, Sánchez reconoce que el proyecto que anunció a bombo y platillo tras ganar la moción de censura ha concluido en un estrepitoso fracaso del que él mismo es argumento principal y cabeza de serie. Y Sánchez lo sabe por mucho que existan entre aquellos que le rodean, cortesanos que no hacen otra cosa que aplaudirlo y halagarlo. Pedro Sánchez es hoy consciente de su naufragio. Lo supo tras el desastre de Madrid y lo sigue sintiendo con los recados que vienen de Andalucía, el viejo feudo perdido. Para salvarse él se ha comido a los suyos. Como Saturno…

Te puede interesar