Opinión

Cristina y Fernando S.A.

Las investigaciones periodísticas están metiendo los dedos en el avispero construido en torno al Rey emérito Juan Carlos, cuyas oscuras negociaciones respaldadas por Corinna Von Larssen traslucen un complejo entramado comisionista del que ambos debieron obtener una cuantiosa tajada. Los millones que al parecer esta poderosa dama le exigió varias veces por carta reclamando su parte en el negocio y amenazando al monarca en comprometerlo si se le ocurría dejarla de lado, adquieren hoy un perfil cuando menos dudoso, y nos muestran el aspecto menos aleccionador del antiguo monarca. Sospecho que al viejo soberano no se le puede acusar de otra cosa que de fraude fiscal, en caso de que, en efecto, no hubiere cumplido con sus deberes para con la Hacienda pública toda vez que el cobro de una cantidad establecida por su participación en el desarrollo de un negocio puede sembrar dudas desde el punto de vista moral pero no constituyen una ilegalidad aunque el protagonista se siente en el trono.

Las andanzas de Juan Carlos como conseguidor de negocios en el mundo árabe no son, en mi opinión, comparables a la actividad general desarrollada en su tiempo por un matrimonio único en la larga lista de personajes conectados con la realeza que obtuvieron beneficios por esa condición. Cristina de Borbón, una melosa palermitana que se convirtió en cuarta y definitiva esposa de Fernando VII, fue el eje de una reducida pero eficacísima organización dedicada a hacerse multimillonaria jugando hábilmente con información privilegiada, influencia y poder. A los tres meses de quedarse viuda y con dos hijas, se enamoró perdidamente de un fogoso sargento de su propia guardia de corps llamado Agustín Fernando Muñoz, con el que se casó en secreto a las 7 de la mañana del 28 de diciembre de 1833 en una ceremonia que ofició un cura amigo del novio llamado Marcos González, que probablemente estaba secularizado, con asistencia como testigos de otro amigo de Muñoz y una costurera de servicio en palacio. Ella tenía 26 años y el, 24.

Tuvieron ocho hijos y los seis primeros hubo la reina de disimularlos usando ropa floja durante los embarazos, y mandarlos a París nada más parirlos. Ambos, como pareja y sociedad económica se pusieron literalmente las botas. Mucho más que Urdangarín, Juan Carlos, Corinna y toda la banda.

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