Opinión

Cuarenta años más

A medida que uno va cumpliendo años se va distanciado de todo y comienza a observar el pasado más remoto con la visión del testigo y no con la del lector, una percepción que se vuelve cada vez más severa e inquietante. Hace veinte años, compartíamos los incondicionales de los Beatles nuestro dolor por la muerte de John Lennon, asesinado a tiros el 8 de diciembre del 1980 -7 de diciembre en América- en la puerta de su domicilio sito en el edificio Dakota de Nueva York, por un perturbado llamado Mark David Chapman. El asesino manifestó en su defensa que la lectura del libro “El guardián entre el centeno” le transmitía el universal mandato de acabar con la vida del músico. Su autor, Jerome Salinger, no escribió nada más destacable en su vida, y además, perturbado por la popularidad que le otorgó al libro, se encerró como un cartujo fuera de la visión del mundo para morirse olvidado y anónimo en 2010 pasados los noventa años.

Yo cerré en aquellos momentos los ojos para sustraerme del miserable convencimiento de que Lennon ya era solo música en el recuerdo de unos pocos, y cuando los abrí me di cuenta de que habían pasado veinte años más. Y lo peor de todo es que, si los aniversarios de la muerte de aquel inglés atrabiliario y genial se iban amontonando uno encima de los otros a velocidad de vértigo, yo cumplía años a la misma velocidad. Lennon habría cumplido ochenta en octubre de este año, pero se lo impidieron cinco balas del calibre 38 de las que cuatro dieron en el blanco tal día como hoy hace cuarenta años. Existen al menos cuatro teorías distintas sobre las tramas que se citaron para precipitar la muerte de Lennon, alguna tan enrevesada y sincrética que recuerda el atentado no resuelto que costó la vida al general Prim en 1870, que algunas fuentes atribuyeron a los nacionalistas cubanos. También aquí hay una versión que inculpa a los cubanos, aunque en este caso implique a los disidentes anticastristas residentes en Miami. 

Sea como fuere, y siempre influidos por su halo de locura y por la certeza de que Lennon no tenía lo que se dice una cabeza muy sana y arrastraba un conflicto interior intenso y destructivo que lo persiguió de por vida, cuarenta años después sus viejos entusiastas seguimos añorándolo. Para los más jóvenes, nunca es tarde para empezar a escucharlo.

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