Opinión

De año en año

Hay por tanto una parte de la resaca que en justicia tiene responsables y que asoma cada momento de Fin de Año desde la pequeña pantalla. El rito de las uvas, habitualmente transmitido por todas las cadenas de televisión desde emplazamientos en terrazas próximas al reloj de la Casa de Correos en la Puerta del Sol de Madrid, adquiere cada año que pasa un acento más delirante, y no hay estación televisiva que se libre de la maldición de las doce campanadas. Y añadamos que los programas que lo anteceden y los que lo prolonga hasta las tantas también son, en general, lamentables. Los de este año han sido peores que nunca porque nada hay nuevo en ellos y todo suena a tópico manido, a vuelta a lo mismo, a retales y a cataplasma. Sobre todo, a cataplasma

En la opinión de los más críticos los palos se los reparten más que ningún otro, los Morancos, José Mota y Cristina Pedroche y seguramente con razón porque nada hay más insoportable que el chiste obligado, la gracia sin gracia y el relleno por obligación de rellenar, recursos a los que se aferraron como náufragos los humoristas citados. Y por extensión, un regusto a caduco y a festival hortera que presidió, por ejemplo, la gala en RTVE. Y luego está la Pedroche, obligada a batirse a sí misma cada año y por tanto, prisionera de un adversario que no es otro que la Cristina Pedroche que brindó con las uvas del año anterior. Una pesadilla que la obliga a batirse en cada cita anual con su propio ser, y a pasearse medio en cueros y a las tantas por exigencias del guión y desfase de sus estilistas, aunque ya se le adivine el embarazo. Un desafío que ella misma se ha impuesto y que terminará, y eso pasa siempre con las exigencias de mejorarse a sí mismo cada año, como el rosario de la aurora.

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