Opinión

En defensa del original

Últimamente percibo en mi mismidad una irrefrenable tendencia a defender los modelos originales de las múltiples agresiones a las que nos someten las nuevas tendencias. Me ocurre en los terrenos culinarios, en los que defiendo la necesidad de una cocina honesta que respete las preparaciones tradicionales y trate de conservarlas en lugar de modificarlas en aras de una pretendida modernidad que no hace otra cosa que desvirtuar el producto. Pero también he enarbolado esta bandera en otras muchas facetas de la existencia doméstica, desde la música al cine, a la literatura, la ópera, el teatro e incluso el diseño deportivo que se ha encargado de trivializar los amados colores de toda la vida sustituyéndolos por diseños inusitados que no hacen otra cosa que obligar al rescate del original, como ha hecho el Atlético de Madrid cuya camiseta de la temporada entrante es la misma que usaron Adelardo, Gárate y Collar aunque con otros tejidos.

Acabo de asomarme a una de estas nuevas cadenas especializadas en series, para asistir ilusionado al estreno de un nuevo tratamiento del clásico de la novela de leguleyos, Perry Mason, el personaje creado por Erle Stanley Garden a principios de los años 30 que hizo multimillonario a su autor y se convirtió en la serie más vista de la televisión en la década de los sesenta. Mason, un abogado californiano incorporado por un actor canadiense salido prácticamente de la nada y llamado Raymond Burr, era un corpulento abogado elegante e inflexible que, ayudado por su secretaria Della Street y su investigador Paul Drake, se encargaban de darle sempiterno matarile a un estirado discal llamado Hamilton Burguer, condenado a perder todo cuanto caso había de enfrentarle a tan señalado y habilidoso equipo. El veterano teniente Tragg asistía al desigual enfrentamiento.

Desgraciadamente, el nuevo Perry Mason no tiene de la vieja historia más que el nombre, y si bien no se puede decir que esté mal la cosa –Mason es un investigador privado con un pasado oscuro que se opone a la corrupción policial y sale con frecuencia con un ojo morado del empeño- la comparación es imposible porque nada es igual ni tiene nada que ver. Otro día seguiremos defendiendo los originales ante la invasión de sucedáneos impuros. Lo bueno es lo bueno.

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