Opinión

La derrota como algo bello

Hay personajes e incluso colectivos que han alcanzado un lugar en la memoria del género humano por su mala suerte, lo cual precisamente representa y encarna el mismo colmo de la mala suerte. Años atrás, se pusieron de moda los chistes  relacionados con colmos, como aquel que preguntaba cuál era el colmo del forzudo –doblar una esquina era la respuesta- o el colmo de los colmos –tener un  colmado de colmillos en Estocolmo había que responder- aunque sospecho que el indiscutible colmo de la mala suerte es el Atlético de Madrid, el adalid de la desventura que ha vuelto a fracasar por tercera vez en su intento de conquistar la Champion y, en este caso, como consecuencia de un gol de rebote en su defensa Jiménez de cuya autoría no tuvo ninguna culpa. Hay sujetos que parecen tener la patente de la desgracia, como el batería de los Beatles que no lo fue, el desdichado Peter Best al que echaron de su puesto para que lo sustituyera Ringo Starr mientras se cocía el proceso de grabación de su primer éxito. Qué decir del capitán del “Titanic”, un experimentado marino al que entregaron el mando de la joya de la corona de la White Star Line y lo estampó contra un iceberg en su viaje inaugural causando mil y pico muertos, él mismo entre ellos… Y, por tanto, qué decir del Atlético de Madrid, que debería haberse proclamado ganador de la Liga de Campeones formato coronavirus este año, y ha caído sin lustre ni brillo tras dos ocasiones anteriores frustradas entonces contra su eterno rival.

Lo peor del Atlético sin embargo, no es exactamente que tampoco este año haya podido coronar su anhelo y se haya quedado en la cuneta contra un equipo alemán con poco nombre y fútbol justo, aunque con una condición física envidiable. Lo peor es que, desde hace muchos años, la entidad, sus directivos, sus socios y simpatizantes e incluso la prensa más próxima, han hecho de esa adversidad su santo y seña, amparándose en el honor y la grandeza de la derrota épica para tratar de tapar males mayores. También en este caso será así, y la parroquia colchonera tratará de disculpar, apelando a este poético subterfugio, lo que a todas luces es la cruda realidad. El Atlético no es un equipo campeón, no tiene genes triunfadores, y no sabe gestionar los momentos cumbres en los que la obligación es ganar y no expresar con orgullo y gallardía la derrota. Simeone consiguió atemperar esta mala praxis, pero también ha llegado al final. No hay remedio.

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