Opinión

La despedida de Aznar

Supongo que la decisión de José María Aznar, quien ayer dimitía de su cargo como presidente de honor del PP, no habrá causado una gran sorpresa en las filas de su partido. El ex presidente del Gobierno argumentó que de este modo se sentía más libre para poder ejercer la crítica sin ataduras ni ambages, y el hoy presidente –al que Aznar nombró por cierto a dedo como su sucesor y candidato a la Moncloa- se ha tomado esta comunicación con la misma filosofía que muestra cuando desde la FAES se le somete a fuego graneado. Es decir y como es regla de obligado cumplimiento para el marianismo de Mariano, sin descomponer la figura ni menear un ápice la barba.

La dimisión de Aznar ha causado un revuelo político comprensible pero en mi modesta opinión, poco razonable. Al fin y al cabo, el comportamiento de José María Aznar para con quien fue su delfín por elección propia ha sido tan frontal y constante que nadie en su sano juicio podría suponer que una situación de esa naturaleza podría prolongarse indefinidamente. FAES ha sido una atalaya que Aznar ha utilizado unilateralmente para criticar con gran dureza el comportamiento de Rajoy, y por tanto desarrollar esta estrategia desde su cargo aunque fuera honorífico no estaba en absoluto justificado. Era como si Di Stefano pusiera a parir a Florentino tres veces por semana y Florentino asumiera los vergajazos con gesto fraterno. Un disparate.

Otra cosa es determinar qué alcance político puede adquirir esa postura de Aznar, un debate que también tiene muy separadas las opiniones de los observadores. Si me preguntaran a mí, cosa que no va a producirse por supuesto, respondería que la influencia va a ser mínima partiendo de una primera reflexión. Aznar no va a ganar más libertad para expresarse por el hecho de que se desprenda del cargo porque libertad la tenía toda y la ha usado. Si no ha conseguido hacer mella en el PP hasta el momento, no conseguirá hacerlo en esta segunda etapa porque las condiciones apenas varían. Mi segunda reflexión es más prosaica. Por razones que él mismo debería analizar, el dimitido presidente de honor es un tipo que se hace profundamente antipático y sus comentarios generan un profundo rechazo. El gesto, el bigote que ya ni siquiera existe, el tono de voz, la sonrisa forzada… Si se lo hiciera mirar no se perdía nada, pero su orgullo se lo impide.

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