Opinión

La despedida de Durán

Demasiado tiempo ha tardado Josep Antoni Duran y Lleida en presentar su dimisión como segundo de a bordo de CIU, una alianza política que reúne bajo una sigla compartida dos modos distintos de interpretar el principio de burguesía ilustrada y catalanista que ha sustentado su concepto de nacionalismo desde que se hizo mocito en el último tercio del siglo XIX. Habría mucho que debatir sobre las raíces de este movimiento político, social y económico, pero basta con recordar que el nacionalismo catalán está tan identificado con una clase dirigente tradicional, poderosa y conservadora porque los factores económicos han sido cruciales en su formación y han ido configurando el lado turbio del perfil industrioso y emprendedor de los catalanes que les incita a solicitar una fiscalidad a la medida como argumento innegociable de su ideario y que les conduce a pensar que el resto de los españoles les rapiña.

Cataluña se arrima siempre a quien garantice un proteccionismo fiscal e industrial específico y no conviene olvidar que los catalanes apostaron en su momento por el candidato al trono equivocado porque el pretendiente les prometió fueros, que Cataluña le hizo guerrilla a Fernando VII porque le consideró un rey excesivamente liberal al no tener en cuenta sus deseos fiscales, y que uno de los territorios donde se posó el carlismo con más arraigo fue en Cataluña porque el pretendiente apostólico también prometió un tratamiento arancelario especifico que consolidara esta posición de privilegio. No es aventurado por tanto sospechar que el catalanismo tiene su semilla en el carlismo decimonónico y es bueno recordar que en Cataluña, esta doctrina aguantó cuando el resto de los bastiones carlistas se habían entregado. Que se lo digan a Prim.

Duran y Lleida no tiene un perfil agreste y cumple destacar en esta hora del adiós el aroma de un político de buena materia malamente desperdiciado. Ha permanecido mucho tiempo a la sombra de propuestas extremas con las que no comulga que han impedido su intervención en un juego político nacional al que ha renunciado precisamente por su pertenencia a CIU. Duran sigue conservando su condición de portavoz parlamentario de CIU lo cuál no deja de ser sorprendente, pero quizá sea esta permanencia el principio de un cambio. CIU, es cierto, se rompe, y cada uno de los dos socios se irá por su lado. Duran quizá se sienta entonces libre.

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