Opinión

El despotismo ilustrado

Durante el llamado Siglo de las Luces, un tiempo en el que la razón se impuso a la fe y se extendió un modelo de comportamiento que trataba de interpretar los fenómenos a la luz del conocimiento dejando a un lado la mediación de su supuesto creador cuya participación en la obra se ponía en duda, se estableció también un sistema de gobierno conocido como el despotismo ilustrado cuyo lema mas definitorio era aquel de: “todo por el pueblo, pero sin el pueblo”. Los gobernantes de la segunda mitad del siglo XVIII, tomaban decisiones y establecían planes y políticas en el empeño de mejorar la calidad de vida del administrado pero sin preguntarle nunca cuáles eran sus preferencias. Carlos III, rey de los españoles durante esa sugestiva época, hizo muy popular un lema que adquirió en Nápoles donde reinó en los mismos términos: “los pueblos –decía- son como los niños, que lloran cuando se les lava”. El buen rey jamás preguntó a sus súbditos si estaban de acuerdo con las medidas de urbanidad y salud adoptadas. Las tomaba y punto. Cortó las capas y armó los sombreros...

El nuevo régimen pactado a partir de la moción de censura tiene mucho de despotismo ilustrado. Los gobernantes establecen en los lugares que administran –sea el Gobierno de la nación, las comunidades, los ayuntamientos o las diputaciones- una suerte de procedimiento que impone sus deseos en la suposición de que lo que ellos proponen e imponen es lo que vale, y lo que opina una parte no desdeñable de los ciudadanos no tiene más valor que el testimonio. Se suponen a sí mismos legitimados por el voto que sin embargo, en el caso de la mayor parte de estas instancias no es mayoritario sino que está impuesto por la suma de minorías, en algunos casos, incluso contra natura.

 “Vosotros pagad los impuestos –sugiere el método- que de pensar ya nos encargamos nosotros. Lo hacemos por vuestro bien porque nosotros somos los listos y vosotros, los tontos. Nosotros sabemos y vosotros no. Sois masa y bastante hacemos por teneros contentos”. El estúpido caso de Isabel Celaá, protagonizando un episodio detestable en el que una señora muy mediocre ha decidido imponer una ley para perpetuarse en el tiempo aunque sea un bodrio y medio país esté levantado contra ella, es un ejemplo de libro. Hay muchos más, naturalmente.

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