Opinión

Detente-bala

Acabo de leer en los diarios que un navarro de recia complexión, cabello rubio y ojos azules que responde al enérgico nombre y sonoros apellidos de Telmo Aldaz de la Cuadra Salcedo, ha sido elegido presidente de la Comunicación Tradicionalista Carlista, la vieja partida del boina y el detente-bala en forma de escapulario con la figura de Jesús Sacramentado que los tatarabuelos de este corpulento sujeto con manos de pelotari y espaldas como un frontón, se colocaban sobre el uniforme abotonado hasta el cuello y descendían de la montaña para matar liberales. Sobrino de Miguel de la Cuadra Salcedo y de estirpe aventurera como su tío, he aquí al heredero de un movimiento nacido a la muerte de Fernando VII, -y ya hace tiempo de esto-  cuando el rocambolesco procedimiento legislativo en torno a la vigencia o no de la ley Sálica, convenció a Carlos de Borbón, hermano del rey fallecido, de que le asistían razones suficientes para considerarse heredero legítimo del trono de España en disputa con la hija mayor del finado, la jovencísima princesa Isabel que contaba a la sazón trece años.

Desde aquella temprana fecha de 1831 en la que una parte de la sociedad española –la más cerril y asilvestrada, inmersa por otra parte en tradiciones que se ampararon en absurdos fueros e incomprensibles prebendas- se puso del lado del pretendiente, la presencia de los carlistas no ha cejado y va para dos siglos. Se cimentó en sectores espacialmente localizados en el País Vasco, Navarra, La Rioja, Cataluña y Levante, y se hizo fuerte en sólidas creencias religiosas y en hábitos atrabiliarios e intolerantes que no ocultaban su completa aversión al progreso. Tres guerras carlistas de expresa ferocidad atestiguan su constante influencia en la política española a lo largo del siglo XIX, un periodo que coincide en el tiempo, con la guerra civil estadounidense. Curiosamente, los españoles nos hemos habituado a entender la Guerra de Secesión y no sabemos absolutamente nada de las Guerras Carlistas. 

Más nos valdría saber algo de ellas, porque el carlismo nunca se ha retirado. La prueba está en este caballero barbudo, tocado con boina de requeté y barba apostólica que los manda a estas alturas del siglo XXI. No los olvidemos porque en las filas carlistas han cuajado desde los boinas rojas de Franco hasta los etarras. La cruz de Borgoña los amparó a todos.

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