Opinión

Díaz Vega, Maradona y el escándalo de Balaídos

El domingo 11 de noviembre de 1992, Maradona vino a jugar el último de los tres partidos que a lo largo de su vida como profesional del balompié jugó en el estadio de Balaídos. Ahora que el genio futbolístico ha fallecido, aquellos que tenemos perspectiva histórica y estamos a un cuarto de siglo al menos de la mayor parte de los hitos que se rememoran, podemos decir como digo yo, que aquella tarde estuve allí. Y bajé al intrincado laberinto que eran entonces el vestuario, en medio de un escándalo mayúsculo, porque el partido terminó en escándalo y de los buenos, convirtiendo al colegiado asturiano Manuel Díaz Vega, en el sujeto más odiado de toda la larga historia celeste.

Maradona volvió de Nápoles y en los últimos años de su carrera en activo fichó por el Sevilla. El genio no podía ya ocultar sus hábitos farloperos y su desordenada vida afectiva, y llegaba a España, tras un último año caótico en Italia, seguramente  atendiendo la llamada de un hermano suyo que si no recuerdo mal jugaba en el Rayo. Cuando se puso la camiseta del Sevilla, -aquel Sevilla de Unzué, Suker, Rafa Paz, Martagón y Diego Simeone- el astro andaba pasado de kilos y se paseaba por el campo dando órdenes, discutiendo con todo el mundo, regañando a sus compañeros, pidiéndola al pie y cabreándose si no lo veían. Aún así, marcó el gol del empate antes de que Díaz Vega armara la de dios es Cristo y dejara al Celta con siete tras expulsar, uno detrás del otro, a Juric, Ratkovic, Gudelj y Engonga. Salinas y Vicente se libraron de milagro porque vieron amarilla. Ganó el Sevilla con gol de Bango, y Díaz Vega hubo de salir protegido por la fuerza pública y posteriormente fue expedientado por irregularidades manifiestas detectadas en la redacción del acto del partido.

Yo baje a las casetas donde el lío era mayúsculo, mientras la hinchada céltica vociferaba tras la puerta metálica amenazando con colgar por el cuello al colegiado, del larguero de una portería. Y quiso la fortuna que pegara la hebra con el Diego quien, por lo que me contó pleno de suficiencia y tratándome como si fuera un escolar, había visto y jugado otro partido que yo no había visto. Excelso futbolista Diego. Pero yo, por si acaso, no le hubiera permitido que acompañara a casa a ninguno de mis hijos.

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