Opinión

Los efectos del tsunami

Ha sido un terremoto político. Un auténtico tsunami que ha pillado por sorpresa a gran parte de la ciudadanía, y cuya intensidad han reflejado todos los medios de comunicación, presumiblemente tan desconcertados como sus lectores, oyentes y televidentes  por la potencia del episodio. Las páginas de los periódicos y las publicaciones especializadas, los informativos de radio y televisión han tenido que ponerse al trabajo porque el país se ha encontrado sacudido de un día para otro por la quiebra del acuerdo adoptado por los diputados regionales de Ciudadanos y el Partido Popular en la comunidad de Murcia, que ha roto unilateralmente el primero de los partidos para proponer una moción de censura que convertirá en nueva presidenta murciana a su jefa de filas.

La crisis ha producido conmoción, porque ha influido en otros acuerdos regionales, precipitando una cadena de situaciones concatenadas que auguran cambios profundos. Son situaciones forzadas e incluso dramáticas, y proclaman la oscura realidad de las relaciones parlamentarias a las que asiste perplejo el ciudadano. Lo hace en mitad de una pandemia que cumple en estos días un año sin que existan garantías plenas hoy de que el combate contra esta plaga terrible haya sido ganado. Precisamente por eso, la pregunta que se hace esa ciudadanía atónita es por qué la clase política que le representa puede promover una situación de dimensiones tan graves justamente en los momentos en los que la prioridad es la preservación de administraciones y gobiernos regionales bien constituidos y estables. En estas horas de no calculada zozobra, las cámaras de las distintas televisiones han salido a la calle, no para averiguar el calado de la maniobra, sino para calcular el sentimiento que produce en el administrado.  Y el resultado no ha sorprendido. Los entrevistados reclaman sentido común y seriedad a sus representantes porque no comprenden cómo, con la que está cayendo, pueden liarse en semejantes combates que no parecen traslucir otra cosa que su propia ambición personal. 

Tiene razón la ciudadanía. No es ni tiempo, ni momento, ni circunstancia para plantearse una batería de mociones de censura y una batalla política por el poder político que no tiene ni pies ni cabeza. 

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