Opinión

El ejemplo de Italia

 

Políticamente hablando, Italia nos inspira a muchos la imagen de un caos paradójicamente controlado en el que cualquier cosa es posible incluso que el país funcione y lo haga con la solvencia que en muchas ocasiones ha inspirado incluso a pesar de sus gobernantes. Quizá no atraviesa el mejor momento ni social ni económico, pero ese desmadre institucional que en el país transalpino parece emparentar la causa pública con las películas de Alberto Sordi, no suele ser afortunadamente una amenaza letal para el desarrollo de la sociedad italiana a la que le va bien en general cualquier cosa. Y eso que la fauna que ha regido los destinos italianos desde el final de la guerra es digna de un zoológico de la mayor prestancia, y los hechos que han jalonado su historia más reciente apenas tiene parangón con otras trayectorias parlamentarias de países europeos de su rango incluyendo España. De hecho, en Italia ya no existen los partidos políticos convencionales y los que les han sustituido para ocupar el espacio político de los anteriores se hacen llamar con los nombres más coloristas y enrevesados. Todo se debe al acuerdo de ocultar a los tradicionales, protagonistas en general de actitudes vergonzantes.

Los partidarios de la república en España tienen en la italiana una de las muchas modalidades que pueden encontrarse en el inventario de esta fórmula de Estado –en general tan extensa como un catálogo de la constructora de instrumentos musicales Fender- y no está de más que se lo estudien para saber si puede ser aplicable. Una república en la que el presidente es un señor habitualmente muy viejo al que todos adoran pero que no pinta nada. Ni pincha ni corta, ni nadie le consulta nada. Un venerable ejemplo de honestidad incapaz por definición de tomar decisiones. Todas las toma el jefe de Gobierno. Y como el jefe de Gobierno es casi siempre un sujeto impresentable, las toma equivocadas. No hay más que ver al que gobierna ahora. En la manifestación de París lo único que le preocupaban eran las cámaras.

Toca por tanto despedir al venerable Giorgio Napolitano, un señor de 89 años que en 1945 combatía los restos del fascismo de Mussolini desde las filas del recién creado Partido Comunista italiano. En 2015 todos le quieren mucho pero si en el despacho del Quirinal hubieran sentado su boina de partisano el efecto sería el mismo. Es decir, como si no estuviera.

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