Opinión

El año que viene

La conciencia de asistir al proceso por el que uno año termina, y la necesidad de afrontar el que  se anuncia, aviva en la mayoría el sentimiento de análisis y reflexión que obliga a juzgar la calidad del periodo pasado e incita a suponer cómo será el siguiente. No parece que vayan a existir grandes diferencias entre ambos ni un moderado y comprensible optimismo puede hacernos sospechar que nos encaminemos hacia un periodo de bonanza  mas acusada que el anterior pero, aún así, suponer que 2018 puede ser mejor que 2017 no deja de ser un anhelo razonable. Al menos, cumplir un año más implica poner un año más entre nosotros y el inicio de la crisis. Hoy por ejemplo, la prima de riesgo –la diferencia de rentabilidad entre el bono español a diez años y el bono alemán que se toma como patrón- estaba fijada en 106. El 9 de julio de 2012 alcanzaba la cifra tope de 574. Hace de ello cinco años.

El año que se acaba no ha sido un año sencillo y el país ha vivido momentos de enorme zozobra especialmente determinados por el proceso de ruptura protagonizado por el Gobierno autonómico de Cataluña dominado por una mayoría independentista. Si bien esta creciente apuesta por el secesionismo en un país gobernado por la derecha  y la izquierda -unos en el Gobierno, en el Parlamento y en un buen número de instituciones y los otros en autonomías, diputaciones y municipios- es muy inferior al de periodos anteriores, se ha impuesto en Cataluña y ha ofrecido como resultado un último trimestre  pródigo en zozobra que finalizó con aquellos que instauraron unilateralmente la República independiente de Cataluña o en el exilio, o en la cárcel o en libertad condicionada a la espera de juicio.

Personalmente no aspiro a otra cosa ante el año que nos llega que esta disparate sin pies ni cabeza acabe aparcado en una vía muerta para el bien del país y sus habitantes sometidos durante este año anterior a una presión insoportable. Somos un país viejo y razonable, amparado por una democracia de la mejor calidad que no merece ni sufrir ni pagar este suplicio. Lo hemos padecido  día a día, acogotados por la feroz avidez de los independentistas, padeciendo una causa que para mayor desgracia nos ha ido a los bolsillos. Los españoles hemos pagado caro esta monstruosidad abonando para ello no solo sentimientos sino también un dinero que no tendríamos que pagar. Los últimos resultados electorales vuelven a otorgar una raspada mayoría al independentismo. Sospecho que, para nuestra desgracia, volvemos a lo mismo.

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