Opinión

El arreglo del desarreglo

El principio de acuerdo firmado por Iglesias y Sánchez nada más producirse el resultado electoral que señalaba a ambos partidos como perdedores de casi dos millones de votos entre ambos, no solo ha tenido la virtud de demostrarnos que la palabra de un presidente del Gobierno es papel mojado y no vale nada, sino que ha demostrado la necesidad de que Pablo Casado se olvide de sus resquemores y ponga sobre la mesa una oferta lo suficientemente válida y consistente para que este pacto desastroso no tenga necesidad de llevarse a cabo. Personalmente soy muy reacio a admitir que el futuro vicepresidente de mi país admite la existencia en él de presos políticos y aboga por una consulta electoral que vulnera lo más sagrado de nuestro texto constitucional. Pero soy aún más reacio a admitir la necesaria colaboración de ERC –uno de cuyos líderes está en la cárcel por auspiciar la comisión de un golpe de Estado- y EH Bildu –reconversión política del ideario etarra con Arnaldo Otegi como cabeza pensante- para poder coronarlo. Reconozco que un parlamento fraccionado que recuerda peligrosamente a aquella rebelión cantonal del 1873 en la que pululaban personajes tan esperpénticos como el general Tonete y el vesánico Roque Barcia, no me gusta nada. La única experiencia de esa naturaleza vivida en el país se remonta precisamente a los tiempos en los que presidía el Gobierno un republicano federalista ejemplar como Pi Margalla al que le estalló la cartagenera en las manos, escenario que expresa como muy pocas cosas, ese dicho tan español que dice que no hay peor cuña que la de la misma madera. Cataluña, Galicia, Cantabria, Canarias como fracciones políticas con espíritu más o menos nacionalista, y la sorprendente presencia de un grupo de ciudadanos de la provincia de Teruel que han hecho causa del aislamiento de su tierra y han terminado colocando en la Carrera de San Jerónimo a uno de ellos como parlamentario, proponen un panorama inquietante y en mi opinión, de influencia imprevisible y de espoleta retardada.

El diseño de un escenario tan extremo no hace otra cosa por lo demás, que exacerbar la respuesta por el otro lado del espectro, y otorgar alas a Vox que lleva recogiendo graciosamente una cosecha que ni siquiera Abascal y sus muchachos han sembrado, un suceso que fue anecdótico, que ya no lo es y que debería conducirnos a una reflexión a todos.

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