Opinión

El idiota necesario

Los acontecimientos históricos de mayor trascendencia cuentan con el concurso de personajes que se ven abocados a participar en ellos como consecuencia de su suerte o su desgracia. Son en general actores secundarios, personajes de letra pequeña a los que el destino les guarda una participación intensa aunque efímera, en esos teatros de vanidades que son las cosas que trascienden al paso de los años. ¿Alguien le pidió a Paúl Angulo que se personara en la urdimbre del magnicidio de la calle del Turco, cuando dos grupos de pistoleros embozados acribillaron el coche en el que viajaba Prim, todos ellos contratados por políticos de primera fila a los que el militar catalán estorbaba? La opinión pública acabó designando a Paúl como hipotético jefe del pelotón de criminales, si bien cada vez su culpabilidad -comúnmente aceptada antaño- genera más dudas. Paúl, señalado, hubo de huir de España, se exilió en Argentina y terminó refugiado en París escribiendo unas memorias destinadas a demostrar su inocencia. 

El mayor Trapero es uno de esos desgraciados llamado a obtener un lugar en la Historia sin desearlo, y en estas horas amargas en las que se está jugando once años de cárcel por su participación en los sucesos que acabaron con el pronunciamiento de independencia y república catalana, prefiere pasar por cobarde e idiota antes de por héroe de la causa y recluso de larga condena con la vida arrasada. Hace bien el mayor Trapero, cuya actuación en el proceso que se sigue contra él es la de un sujeto que se vio obligado a acatar las órdenes que las altas instancias le daban, que nunca compartió los delirios de sus jefes, y que estaba dispuesto incluso a detener al presidente Puigdemont si las autoridades superiores así lo decretaban. Trapero no ha vuelto a la vida después de aquello: perdió su estatus, perdió su carrera, fue destituido, se quedó en la mitad del sueldo, fue arrinconado y se enfrenta a un proceso que le va a mandar a la cárcel mientras una parte de aquellos jefes que le daban órdenes y le exigían fidelidad al proces se pasean por Europa fumando puros, alardeando de coches oficiales, viviendo en residencias pagadas con dinero público y estrenando presencia en el Parlamento de Estrasburgo. Trapero no tiene escaño, ni protección jurídica, ni los bolsillos llenos de pasta. Fue un colaborador necesario al que esta locura costó la ruina.

Por eso ahora, antes gilipollas que carcelario. Y no le falta razón.

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