Opinión

El ocaso de la creencia

La reciente intervención del ministro Ábalos en Barajas, al encuentro de madrugada con la vicepresidenta venezolana Delcy Rodríguez, cuyo relato camina ya por la quinta versión de su propio protagonista, no solo es preocupante por sí misma porque ofrece la estampa de un funcionario público que no sabe donde tiene la cabeza, sino por el conjunto de factores negativos que se obtienen de una reflexión ponderada del asunto y que se advierten mucho más serios que el argumento anecdótico por el que se adivina la propia insensatez personal de su protagonista. Ábalos, por muy inconsciente que aparezca en esta y otras muchas actuaciones por él llevadas a cabo en el tiempo que ha desempeñado tareas de alta dirección en el Gobierno, no se levantó de la cama a las tantas para personarse en el aeropuerto por propia iniciativa, sino que lo hizo respondiendo al desempeño de una misión encargada por alguien superior que no puede ser otro que el propio presidente del Gobierno. El mensajero llevó a cabo la encomienda, se descubrió el pastel, y comenzó a continuación el desarrollo de un burdo torrente de contradicciones y mentiras que necesitaron incluso colaboraciones entusiastas de personajes ajenos al Gabinete como la vergonzante exhibición de Zapatero, y el prodigioso manoseo de ciertos medios de comunicación afines que no dudan en respaldar al poder incluso cuando mete la pata.

Pero con todo y con eso, lo más alarmante de esta historia que en otro país cualquiera hubiera significado la dimisión fulminante del ministro –por cierto titular de un departamento que nada tiene que ver con lo que este encuentro requería- no es siquiera este rosario de explicaciones contrapuestas cuya última versión es que, en efecto, ministro y vicepresidenta se encontraron brevemente en la sala VIP del aeropuerto, sino la deriva del PSOE como partido y su cada vez más indefinible comportamiento como grupo que ha renunciado a sus principios y que desprecia todos los motivos que se dieron cita en su código fundacional. El PSOE de hoy es un partido sin fidelidad a los argumentos que determinaron su nacimiento y lo hicieron imprescindible en la política nacional durante el último siglo y pico. Es un partido sin ideología, en él que vale todo y especialmente, la ambición, el control y el desempeño del poder al precio que sea. Como dijo Ábalos hace unos días, a mí de aquí no me echa nadie. Esa es la filosofía.

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