Opinión

El sistema sin sistema

Si alguien me preguntara a día de ahora mismo si me importa mucho el futuro inmediato de la política nacional tendría que responder que no por mucho que me duela reconocerlo, una respuesta fruto probablemente de la impotencia y la percepción –trágica percepción por otra parte- de que por mucho que yo me empeñe en suponer que la situación a las que se nos está abocando es rotundamente ruinosa, aquellos que tienen la potestad de cambiar el rumbo de su  estrategia no tienen la menor intención de hacerlo y que, por tanto, mis esperanzas de modificar la situación y sustituirla por una mucho más razonable están irremediablemente condenadas al fracaso. 

Hay sin embargo reflexiones aisladas -que provienen de retazos de un escenario general que cada día me trae más sin cuidado- las cuales me incitan a maravillarme de la fragilidad de un marco construido tras un duro viaje de muchos años que van a descuartizar sin la menor sombra de inquietud los pactos de gobierno a los que nos está conduciendo la ambición de un sujeto joven y soberbio para el que las reglas solo existen para poder ser quebrantadas. Sospecho que la cosecha de este acuerdo que espera sobre la mesa la aquiescencia de una agrupación política independentista que tiene en su mano la gobernabilidad de un país al que no quiere pertenecer, con un 3’61% de los votos y 13 diputados, va a ser  exigua y producirá escasos beneficios a la larga, pero eso es lo que dicta a estas alturas de nuestra experiencia parlamentaria la ley que regula el sistema electoral del que nos valemos por mucho que a algunos se nos suba la sangre a la cabeza con solo pensarlo. Lo inmediato, a la vista de que 869.934 votos pueden dictar los destinos de un país que, en la última consulta electoral ha depositado en las urnas casi veinticinco millones de votos, es que es urgente cambiar esa ley electoral que se rige por las reglas del sistema D’Hont, porque la distribución geopolítica del territorio nacional ha operado ciertos cambios profundos en el reparto y necesita un ajuste rápido y a fondo para impedir estos desequilibrios que se están sucediendo a la vista de todos. El sistema electoral, elegido en tiempos de la Transición, es posible que sirva a Estonia, Finlandia, Albania, Macedonia Chile, e incluso Venezuela, donde probablemente da igual qué sistema se utilice para votar porque cualquiera va a ser manipulado. Pero ya no le vale a España. 

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