Opinión

Las elecciones del 50 por ciento

Además de cesar a Tezanos para que no siga cometiendo tropelías dignas de un hoolingan y no de todo un catedrático de Educación a Distancia, Pedro Sánchez deberá recapacitar largamente sobre el resultado de las elecciones catalanas, ese sainete impresentable y grotesco en el que el futuro de esta región lo han ventilado la mitad de los que allí tienen derecho a voto. Estas elecciones cuyo índice de participación supera brevemente el 50%, las iba a ganar el PSC por goleada según las entregas del CIS, pero la realidad –triste realidad se mire por donde se mire- es que hay un triple empate  en cabeza con una ligera ventaja en votos de los socialistas de Illa como consecuencia de su victoria en Barcelona. Illa no ha ganado ni en Tarragona, (victoria de ERC) ni en Lleida ni en Girona, (triunfo de JXCat) ha alcanzado 33 escaños que le impiden no solo aspirar a formar gobierno sino, lo que es peor, posibilidad alguna de un entendimiento. La operación Illa satisfará a Miquel Iceta que no ha parado de decir sandeces desde que se publicaron las primeras aproximaciones, pero no puede enorgullecer a nadie más. Con una abstención brutal de la que se olvidó Tezanos en su ceguera, el PSC está condenado a un papel aún más doloroso que el que podía imaginarse. Será el primer partido de la oposición y tendrá que hacerlo metido en una jaula, porque cualquier conato de actuación fuera de límites, cualquier manifestación más enérgica, cualquier movimiento ligeramente fuera de madre pondría en grave peligro el precario equilibrio que mantiene a Pedro Sánchez en Moncloa. Illa tendrá que tragar, envainársela y ser excepcionalmente comprensivo y colaborador. El independentismo y el soberanismo han vuelto a ganar la partida. Han venido para quedarse y la situación es irreversible por completo.

El país ha perdido un razonable ministro de Sanidad al que su jefe, Pedro Sánchez ha sacrificado. El cambio de cromos es patético porque en el lote de la componenda viaja una auténtica calamidad como Iceta que ya es ministro. ¿De qué?, da igual.

Y mientras, en la otra orilla, la debacle del centro derecha constitucionalista le ha dado a Vox la vela del entierro. Alberto Núñez Feijoó lo ha dicho muy claro. Piensa, cree, interpreta que le ha llegado el momento. Pues atentos. 

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