Opinión

Equilibrio emocional

Los programas de televisión que han encontrado la gallina de los huevos de oro en la fórmula de encerrar concursantes en un espacio clausura y erizado de cámaras para transmitir hasta la última gota de su intimidad mientras participan en un concurso eliminatorio, suele explotar la vena sentimental como alternativa tierna y emotiva a un entorno de exigencia y competitividad a tope que confiere al espacio un tinte excepcionalmente dramático. Los concursantes –ya cocinen, canten, bailen, se tiren desde un trampolín, críen cochinos y terneros, se casen, sobrevivan en una isla desierta o, como ocurre ahora, confeccionen vestuario- están urgidos por el duelo permanente con sus iguales y viven sometidos a una amenaza de expulsión que se concreta finalmente en uno de ellos al final de cada programa. El elegido para abandonar la casa llora a moco tendido, cuando la voz del presidente del jurado le conmina a hacerlo usando además ordenanzas de un eco rotundo; “coge tus cuchillos y vete”, “cuelga el delantal y márchate a casa”, “tu hora ha llegado”, “quítate el alfiletero y toma la puerta”… Es como si el perdedor fuera señalado como réprobo. La estatua del Ángel caído obra de Bellver que hay en  el Retiro podría servir con extraordinaria propiedad para reflejar este momento de intenso y doloroso drama.

Qué sería sin embargo de la tragedia sin un argumento que paliara una estampa tan dolorosa. Para remediarlo se recurre a la presencia sorpresa de los familiares de los encerrados. Sus padres, sus parejas, sus hermanos, sus amigos íntimos o lo que sea. El otro día tocó el turno a los concursantes y concursantas en el programa de costura  e incluso el feroz Lorenzo Caprile abandonó por un momento su tono crítico para llorar a gusto. Convertido en azote de aspirantes a ganar el certamen de Corte y Confección, le dio al hombre tal subidón emotivo que se desmoronó en mitad del plató envuelto en lágrimas. El plató se entregó a la emoción desenfrenada y allí lloraron hasta los encargados de menear las cámaras.

Son licencias que se intercalan en el guión y que procuran un instante de humanidad entre tanto tijeretazo y tanta cuchillada porque todo está medido y pesado para que cause fragor en la fibra sensible de los espectadores y el público permanezca enganchado al reallity que es de lo que se trata. Todo está inventado pero todo vale y cumple para que la tele active su condición de medio-espectáculo y esta oferta tan de moda no pierda su interés ni un instante. “The show must go” que dicen los que saben.

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