Opinión

El espíritu de la celebración

El presidente promueve actos tan estúpidamente protocolarios como el de ayer que ni viene a cuento ni hacía falta

Como era de esperar, un racimo de partidos que forman la línea del credo independentismo con pasaporte parlamentario, no han acudido al Hemiciclo para participar en los actos que el Gobierno de Pedro Sánchez ha decidido organizar en la Cámara para mostrar la buena calidad de la democracia española coincidiendo con el cuarenta aniversario del asalto al Congreso escenificado por el coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero Molina, desempeñando la función de don Tancredo en la comisión de dos intentos distintos de golpe de Estado que fueron a coincidir –lo que no deja de ser una sospechosa casualidad- en el edificio de la Carrera de San Jerónimo el mismo día del mismo mes y a la misma hora. Se trata, aunque suene a esperpento decirlo, de los socios del Gobierno que son los que han decidido no acudir a los actos y han convocado una comparecencia sin derecho a preguntas para explicar las razones de su ausencia. ERC, EH Bildu, JxCat, BNG, PDeCat y CUP han apelado en su discurso a todos los tópicos imaginables para explicar una negativa que no es explicable, sobre todo si se forma parte de un Parlamento y se acatan las leyes que de esta condición dimanan. El nivel mínimo de respeto exigible demandaba verlos en la Cámara, pero los partidos que fueron secuestrados por los golpistas en su invasión de la casa de la soberanía popular no tenían nada que ver con esta variopinta galería de ahora. Los diputados de entonces se pudieron jugar la vida en aquellos sucesos de entonces y los de ahora ni saben ni quieren saber nada de eso. Fantasmean y pontifican, cobran un buen dinero y se van a casa. No tienen obligaciones ni nadie les exige respetar el ámbito institucional. Y no tienen nada que temer porque sostienen a un presidente que se borra de la película en cuanto vienen mal dadas, pero que promueve actos tan estúpidamente protocolarios como el de ayer que ni viene a cuento ni hacía ninguna falta.

No hace falta organizar una representación teatral para demostrar las bondades de nuestra democracia y menos, en tiempos de tribulación que demandan esfuerzos depositados en otras cosas. Y si la intención de todo esto es demostrar al vicepresidente de este mismo Gobierno, que disfrutamos de una estupenda democracia, la cosa es más grave. Y aún más insensata.

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