Opinión

O Afiador: Las farsas históricas

Gran parte de los hechos más destacados de la Humanidad o son producto del azar o no responden a la narrativa con la que han superado el paso del tiempo. El abrazo de Vergara, por ejemplo, fue en realidad una farsa preparada para otorgar consistencia a la rendición de las tropas del pretendiente, pero Maroto y Espartero –en realidad tampoco se llamaba exactamente así sino Joaquín Baldomero Fernández Álvarez, y Espartero era su cuarto apellido- no hicieron otra cosa que representar una escena porque el verdadero convenio se había firmado fechas antes en Oñate y la derrota carlista estaba ya sentenciada y asumida por ambos ejércitos. Tampoco fue auténtica la famosa foto de Rosenthal en la cumbre del monte Iwo Jima en la que cuatro infantes de Marina estadounidenses plantan la bandera tras la rendición de los japoneses. De hecho, el fotógrafo se encontró con los soldados cuando bajan de la loma y los convenció para que subieran de nuevo y volvieran a revivir la escena. Le salió una foto suprema, pero la bandera ya estaba colocada cuando él llegó a la cima.

¿Le atizó a Calomarde una bofetada la infanta Luisa Carlota y él respondió “señora, manos blancas no ofenden” como cuenta la crónica? Pues probablemente no, o el lance no fue exactamente así. ¿Pronunció el vigués Méndez Núñez su famosa sentencia “más vale honra sin barcos que barcos sin honra”, en el mar de El Callao? Seguramente lo que hizo fue dictarle al radiotelegrafista una nota dirigida al mando que luego se reinterpretó con tintes más épicos…

Manuel Castells -que todo el mundo cree catalán aunque sea en realidad de Albacete- es un sabio en su materia y un ministro catastrófico, de donde se obtiene la notable enseñanza de que uno puede ser un genio y un gestor desastroso, como un futbolista extraordinario puede ser un entrenador nefasto. Con Castells no habrá subterfugios históricos ni hechos modificados por el paso del tiempo para otorgarle gloria y presencia, porque no existe en su labor ministerial nada que pueda aprovecharse para poder atribuírselo. Ni para bien ni para mal. Es, en efecto, un verdadero inútil, acobardado e inservible. Alguien habrá sin embargo en un futuro que retoque una foto suya para instalarlo en su despacho, urdiendo una farsa como la de la foto de Iwo Jima.

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