Opinión

Gloria a los mentideros

En los tiempos de los tercios de Flandes, cuando en las tierras de soberanía española no se ponía el sol, el punto de encuentro más famoso del reino discurría sobre la sólida base de mampostería que daba sostén al convento de San Felipe el Real, un templo  en el que se albergaba una comunidad de monjes agustinos situado en Madrid, justo al inicio de la calle Mayor en la esquina con la puerta del Sol. La base no solo aguantaba el sólido edificio sino que equilibraba el desnivel existente entre calle y plaza, y a todo lo largo de sus cuatro lados se abrían las llamadas “covachuelas”, unos pequeños negocios comerciales que en los días de paseo se atestaban de damas de alcurnia acompañadas de su servidumbre las cuales constituían sus mejores y más generosas clientes.

Y en la superficie de la peana, en las llamadas “gradas de San Felipe”,  se daba cita lo mejor y lo peor de la vida y los milagros de la capital del reino. Guapas y guapos, damas y caballeros, pero también soldados de fortuna, cesantes, señoritas casaderas a la caza de novio, ladrones, chantajistas, chulos, veteranos del ejército, sablistas, literatos, actores, trepas, rufianes y timadores, prostitutas, alcahuetas, caballeretes sin oficio ni beneficio, negociantes y golillas… Una verdadera fauna que tejía y destejía, cotilleaba, alardeaba, castigaba, amaba o moría –más de un acero reflejó el sol en aquel bullicioso paisaje urbano y más de uno cayó atravesado por una puñalada en las espaldas sin que se supiera nunca quien la había tirado- convirtiendo la lonja del convento en el mentidero más importante del Madrid. Un día, la balconada que circundaba su perímetro se vino abajo y causó una veintena de muertos.

Hoy ya no hay en Madrid un mentidero que se le compare ni existe por desgracia algún punto de la capital del reino en la que se pasee y se cuenten las entretelas de la sociedad y la política. Los foros han desaparecido con los cafés que albergaban las inflamadas tertulias que Galdós se encargó de contarnos para definir la temperatura política de un país y su tiempo. Hoy estamos todos tan embebidos en las redes sociales, tan embriagados por la impersonal llamada de la alta tecnología, que nada hay de verdad en la política, ni por parte de los políticos ni por parte de una sociedad que ni participa ni se inmuta. Nos la meten doblada y volvemos a por más. O sea, que estamos como al principio.

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