Opinión

Heterodoxias buenas y malas

Siempre han existido los heterodoxos hasta el punto de que Marcelino Menéndez Pelayo escribió una auténtica enciclopedia que trataba de contener y juzgar –lo cual es algo peor- todas aquellas heterodoxias que el poncio montañés había detectado tras largos años de pacer por los verdes pastos de la literatura española. Como cántabro de recia estirpe, eso de andar por los campos se le daba bien, y como católico conservador y tradicional se mostró inmisericorde con algunos de aquellos nombres que según su propio criterio eran obtusos y desviados. Y no digo ya aquellos que, como José María Blanco White, habían nacido católicos y habían terminado protestantes. Blanco White –uno de nuestros intelectuales más profundos, más desconocidos y más injustamente olvidados- fue además clérigo. Y desde su condición de sacerdote de la Iglesia católica con canonjía en Sevilla, fue cursando su viaje de expiación y redención hasta fallecer en Liverpool como respetado pastor de la fracción más purista de la Iglesia anglicana, lo que para don Marcelino constituyó un comportamiento inexplicable, imperdonable y a todas luces nefando.

No es bueno atocinarse, y los heterodoxos siempre han gozado de mis más secretas simpatías quizá porque todos nosotros aspiramos a rebelarnos al menos una vez en la vida aunque sea de la manera más prosaica. En la mayor parte de nosotros -y el que esté libre de pecado que tire la primera piedra- ha anidado siempre un escenario tal como el que narro. Me toca la lotería, abro la puerta del despacho de mi jefe que me tiene más abrasado que el palo de un churrero, me subo de un salto a su mesa de trabajo, y le meo en la calva. A continuación, le doy los buenos días y salgo por la puerta saludando como un torero a mis compañeros de curro que me despiden, transidos por la envidia, y entre vítores y aplausos.

Lo que ya no es ni comprensible ni tolerable es esa heterodoxia de los negacionistas, que no admiten la existencia del virus de la pandemia, y además salen a la calle para imponer sus criterios en estado semisalvaje. La peregrina ideologización de esta majadera postura admite todo el abanico de la insensatez humana, así que en estos sujetos y sujetas desenmascarados anida lo más inexplicable de cada casa. Puestos a poner ejemplos de incoherencia persistente, pongamos a Miguel Bosé. Con verlo a él, el resto no hace falta.

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