Opinión

Historias antiguas

Si a los madrileños nos hubieran sometido al mismo lavado de cerebro histórico-político al que han sido sometidas generaciones y generaciones de catalanes, ninguno de nosotros les dirigiría la palabra a los franceses, porque todos ellos son descendientes de aquella tropa de soldados napoleónicos que arrasó la capital y pasó a cuchillo a sus habitantes. En la noche y madrugada del 2 al 3 de mayo de 1808, el pueblo de Madrid se levantó contra los invasores franceses que habían violentado la ciudad y habían establecido una ley marcial propagada en bandos por el comandante de aquella tropa, el insaciable Joachim Murat, gobernador de la plaza. Murat impuso la fuerza, ordenó abrir fuego indiscriminado sobre la multitud congregada ante el Palacio Real, asesinó a cientos de civiles madrileños que se enfrentaron a sus tropas con facas, pinchos y azadas, y tomó a sangre y fuego el cuartel de Infantería donde se refugió la tropa regular al mando de tres jóvenes tenientes, Daoíz, Velarde y Ruiz los cuales murieron en la refriega -Ruiz salió vivo y falleció poco después-. No contento con ello, formó juicio sumarísimo a los cabecillas de la revuelta y los fusiló en los desmontes de Príncipe Pío en tandas de veinte como narra don Paco Goya en sus aguafuertes y en sus óleos. A los catalanes los han enloquecido permanentemente con un episodio ocurrido un siglo antes, durante la Guerra de Sucesión, culpando a la monarquía borbónica de los hechos, y han basado toda la estructura de su compromiso nacional en esta atrabiliaria historia que, por otra parte, los historiadores independentistas han manejado a su antojo ocultando amplias zonas del suceso porque no convenía mostrarlas. 

Por fortuna nadie ha lavado el cerebro de los hijos, nietos y biznietos de aquellos heroicos patriotas madrileños, muchos de los cuales yacen hoy en un pequeño cementerio a las espalda de la ermita de San Antonio de la Florida, ni han fomentado el odio secular contra nuestros vecinos del otro lado del Bidasoa lo cuál sería una aberración y un disparate como lo es ese continuo penar que los catalanes argumentan para tapar sus propios errores, la debilidad de su entramado social y la catadura de muchos de los integrantes de su clase dirigente que son los amos y señores del 3 %. Mantenemos una relación con Francia que ha sufrido frecuentes altibajos, pero que se sustenta sin interrupciones y hoy es mucho mejor que antaño. Y no odiamos. Sobre todo, no odiamos.

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