Opinión

Hombres mejor que hechos

La política italiana ha sido un auténtico caos desde siglos atrás en un país que, recuérdese, no lo ha sido en realidad el último tercio del siglo XIX. La unificación de los distintos estados que convivían en la famosa bota no fue completada en toda su extensión hasta 1870 cuando Roma fue conquistada por los ejércitos combinados que defendían el proceso unificador llamado históricamente Il Resorgimento. Duró veintidós años (entre 1848 y 1870), necesitó tres guerras de independencia, se pagó con miles de vidas (la batalla de Solferino en 1859 entre franco piamonteses y el ejército austriaco fue tan cruenta que de aquel horror que costó 5.000 muertos y 25.000 heridos surgió la Cruz Roja) y situó en la Historia a personajes tan legendarios como Garibaldi, Cavour o Mazzini.

Italia no ha tenido nunca por tanto un escenario político estable ni es ejemplo de responsabilidad y parlamentarismo sensato. Hace un par de días y siguiendo el irresoluble episodio vivido por su Parlamento para la elección de Presidente de la República, he sabido que para tal elección no existe orden alguno ni se necesita presentación de candidaturas previas. Se vota al que a cada uno le apetece. Y así, en las papeletas pueden aparecer candidatos sorprendentes desde Pier Paolo Passolini a Francesco Totti. En una de estas votaciones últimas, unos cuantos diputados votaron al cantante Al Bano. Pero si bien el proceso electoral es una auténtica verbena que en un parlamento tan dividido como el que trata de gobernar la Italia actual propone situaciones extremas y crisis permanentes desde años, muchos de los personajes que han ejercido y ejercen la función política son admirables. Es el caso de un técnico como Mario Draghi al frente del Consejo de Ministros, que muchos años antes decidió marcharse al exterior para huir de la demencia y al que el deber de patriota e italiano ejemplar obligó a aceptar un indeseable cargo. Y más aún, el admirable Sergio Mattarella, un político de ochenta años que, abrumado por la imposibilidad de que los diferentes representantes políticos se pusieran de acuerdo para nombrar a su sucesor, ha aceptado permanecer en el cargo. No es el único caso y vale la pena recordar a muchos de los que le sucedieron y que han otorgado prestigio a la función política. Pertini, Cossiga o Napolitano, por ejemplo. En Italia son mejores las personas que el sistema que los respalda.

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