Opinión

El honor del día después

En tiempos pretéritos, los presidentes de los gobiernos seguían rindiendo tributo a un código de honorabilidad que respetaban hasta el fin de sus días. En algunos casos, su generosa entrega al oficio para el que las urnas se dieron en designarlos, les costó la vida. De las dobles parejas más características de la dualidad política en el parlamentarismo español de antaño, las formadas por Cánovas y Sagasta en tiempos del Alfonso XII, y por Dato y Canalejas durante el reinado de su hijo Alfonso XIII, solo uno –el ingeniero riojano Práxedes Mateo Sagasta- se libró de la mano criminal. El resto, Cánovas, Dato y Canaleja, murieron asesinados ostentando la presidencia y en el cumplimiento de su deber. Esa gallardía en el desempeño de su cargo, y esa fidelidad a los principios de honestidad e irreprochable comportamiento una vez abandonada la presidencia, son virtudes que los caracterizan a casi todos ellos, desde los republicanos Figueras, Salmerón, Pi Margall y Castelar, hasta los que llegaron después fueran de izquierdas o de derechas. Silvela o Fernández Villaverde, Moret o Maura, Romanones, Azaña, Alcalá Zamora, Portela, e incluso Primo de Rivera en su silenciosa retirada y exilio voluntario.

Esas figuras señeras de la política española en tiempos malos y buenos, con ideologías de uno y otro signo, que se portaron con honor y rindieron causa de fidelidad a su condición, una vez depuesto, deberían enseñar el camino a los de ahora, pero los de ahora no se dejan enseñar. Inquieta asistir a la insultante soberbia de José María Aznar interviniendo donde nadie le requiere y arrogándose potestades que no le corresponden, usando un discurso teñido de un rencor miserable porque es mezquino y pequeño. Y asusta seguirle la pista en su día después a un sujeto tan malparado e incompetente como Zapatero, deseoso de enriquecerse como sea, para lo que no ha tenido inconveniente alguno en convertirse en un esbirro de Maduro para el que trabaja de corredor llevando y trayendo mordidas y cobrando y pagando comisiones. Zapatero es un fantasma patético, convertido en apóstol bolivariano a tanto la soflama para asegurarse aún más su ya de por sí plácida vejez de perito en nubes. De su ex embajador Raúl Morodo no hablemos, porque su caso de compra de voluntades con el chavismo ya lo investiga la UDEF.

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