Opinión

En honor del manisero

Recuerdo que hace ya un buen puñado de años, los diarios españoles se pusieron tácitamente de acuerdo para minusvalorar sin motivo aparente alguno la figura del nuevo presidente de los Estados Unidos, un político sureño llamado Jimmy Carter. Trigésimo noveno ocupante de la Casa Blanca, a los diarios se les metió en la cabeza que aquel señor rubio y dentón debía ser por fuerza un tonto de capirote porque se hacía llamar por un diminutivo, era muy cristiano, y tenía aspecto de artista de variedades. Se decidió de común acuerdo que aquel sujeto sería una nulidad, y se le llamó por las buenas “el manisero” porque su familia poseía una plantación de cacahuetes en la hacienda familiar del estado de Georgia, de la que se hizo cargo durante un tiempo forzado por el temprano fallecimiento de su padre.

Paradójicamente, Carter no solo fue uno de los presidentes de la Unión con un bagaje técnico y cultural más sólido y brillante, sino uno de los mejores presidentes de toda la Historia de su país. Carter fue un avezado alumno –el 50 de 900 aspirantes- de la Escuela Naval de Annapolis en la que se graduó como alférez de navío, y paralelamente se doctoró como Ingeniero nuclear, lo que le valió ser elegido entre los primeros oficiales para formar parte de la oficialidad en el programa de submarinos atómicos. Senador, Gobernador y finalmente en 1976 presidente de los Estados Unidos representando al partido demócrata, cuajó una presidencia ejemplar y comprometida con los derechos civiles, de actitudes irreprochables y prosperidad democrática. Y tras abandonar la Casa Blanca, fue uno de los más eficaces y respetados embajadores volantes de su país y un extraordinario negociador en los más intrincados conflictos internacionales por cuya labor recibió el Premio Nobel de la Paz en 2002. Pocos políticos extranjeros han sido tan injustamente tratados por los medios nacionales como este caballero íntegro y virtuoso que acaba de cumplir 97 años.

Aquel cacahuetero georgiano es incomparablemente mejor en todos los sentidos que cualquiera de los que hoy dirimen su paso al famoso Despacho Oval. Y los votantes veteranos le añorarán sin duda. A él y a personajes como él, firmes, honestos y leales a la libertad, el respeto y la democracia. A la vista del panorama, la clase política está igualmente degradada en todas las naciones. También en la nuestra, qué duda cabe.

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