Opinión

La importancia de llamarse debate

A pesar del proceso evolutivo que ha afectado a los medios de comunicación desde que entramos en el nuevo milenio, la televisión sigue siendo el más directo y efectivo de todos. Es cierto que hoy existe un abanico enorme de sustentos para transmitir la noticia, y es cierto también que, a estas alturas de siglo, la mayor parte de ellos no están en manos de periodistas sino con las puertas abiertas y las ventanas de par en par para aceptar todo lo que venga. Los periodistas solemos hacernos cruces al comprobar el pronunciado descenso de nuestro nivel de influencia en el manejo de la información hablada o escrita, pero la cruda realidad es la que es. Cualquiera puede hacerlo y el proceso está pastando por libre. No hay mecanismos de control que velen por la pureza de lo transmitido.

En cualquier caso, y contando con la preocupación que nos embarga ante la desintegración de nuestro estatus profesional como sujetos entendidos en la transmisión de las noticias, la televisión sigue siendo el medio por excelencia, y de su importancia nos hemos percatado estos días, con las elecciones asomando en lontananza y los candidatos revolucionados por debates ante las cámaras a tres, a cuatro, a cinco… La imagen es la imagen, y eso no hay quien lo niegue.

Llevo tiempo mostrando mis reservas en torno al grado de decisión que adquiere un debate televisivo. Como pertenezco a una generación que se abrió a la actividad profesional tomando como referencia el periodismo practicado por entonces en los Estados Unidos que nos parecía deslumbrante, todos los de mi quinta hemos tendido a mitificar la trascendencia de estas pugnas televisivas tomando como modelo aquel famoso Nixon-Kennedy que se manifestó tan trascendente que dejó al primero con las ganas y aupó hasta la Casa Blanca al segundo. Aquel debate se estudió en las aulas y se comparó con el Alí-Foreman de Kinshasa en el 74 que todavía hoy se devora, y suscita debates intensos entre los aficionados al boxeo.

Ayer hubo debate y yo con estos pelos. No sé quien ganó ni quien perdió. Ni tengo muy seguro si me interesa saberlo. Desgraciadamente, lo reconozco, a mí esto me conmueve cada vez menos.

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