Opinión

Desde el infierno

Conocí el campo de concentración de Auschwitz durante un viaje junto a mis compañeros de profesión cuando era estudiante y reconozco que es una de esas visitas que me han dejado una huella indeleble. Hacía mucho frío allí y por razones que no vienen al caso, el autobús en el que nos trasladamos para hacer aquella tenebrosa excursión se fue sin dos de nosotros y estuvimos casi tres horas en el interior de aquel recinto de los horrores esperando hasta que alguien se dio cuenta entre la expedición y regresaron a rescatarnos. Todo es gris en aquel lugar de infierno. Gris, color orín, pardo, ladrillo, viejo, negro y desconchado. Pabellones que apenas han sido retocados desde la liberación del campo, alambradas electrificadas con idénticos tendidos a los que estaban en funcionamiento cuando muchos presos se arrojaban desesperados contra ellos para morir con dignidad y ahorrarse sufrimientos, sacos enteros de cabellos humanos, lentes y zapatos, hornos crematorios prácticamente intactos y una gigantesca horca que presidía al menos cuando yo estuve allí la explanada principal del campo. La vieja vía del tren acaba en una estación de pesadilla en la que los prisioneros que llegaban hacinados en los vagones como si fuera ganado eran recibidos por una orquesta compuesta por reclusos que tocaban el violín como ceremonia de bienvenida. Y luego están los panales de fotografías que son de una tristeza y una crueldad extrema. Simplemente no hay palabras para narrar todas las sensaciones que uno siente allí y que arrugan para siempre el alma.

Se cumplen estos días setenta y cinco años de la liberación, por el ejército ruso, del campo de concentración de Auschwitz, una denominación que los polacos detestan porque es el modo en el que los bárbaros alemanes rebautizaron una pacífica población agrícola llamada Oswiecim cercana a Cracovia, y todos aquellos que como yo mismo hicieron una visita aquel infierno no han podido olvidarlo. Pero quien no debe olvidarlo jamás es la propia y pura humanidad. La mancha de este crimen atroz nos define a todos y nos advierte del grado de maldad a la que puede llegar el hombre y la necesidad de ponerse de acuerdo para llegar a evitarlo.

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