Opinión

Inspiración y trabajo

Un ciento de veteranos consejos resistentes al paso de siglos, culturas y civilizaciones, proclama la necesidad de esforzarse y trabajar a destajo para lograr la meta que cada uno se propone. “Que la inspiración te pille trabajando” dice uno de esos muchos lemas cuyo significado es siempre el mismo. Hay que currar que las recompensas no brotan solas. Le daba yo vueltas a esta eterna reflexión mientras contemplaba la final de la Liga de Campeones que dirimieron el otro día los que  pueden considerarse en justicia los dos mejores equipos de fútbol continentales, el Paris Saint Germaine y el Bayern de Múnich, un choque de fuerzas equilibradas al máximo que vinieron a resolver aquellos que más se esforzaron. Los jugadores alemanes trabajaron mucho más, se esforzaron mucho más, o fue uno de sus integrantes más modestos, el exterior  Kingsley Coman que además es francés de nacimiento se hizo como futbolista en el PSG precisamente, –es el jugador más joven de toda su historia en debutar con el primer equipo cuando no había cumplido 17 años- quien se encargó de rematar de cabeza un balón que se fue a la red y otorgó la Copa a los bávaros.

Hace ya algún tiempo que el fútbol se ha ido equilibrado, y los grandes genios de  la gollería y la filigrana tienen cada vez menos sitio en un estilo de juego que prefiere apoyarse en el esfuerzo incansable. Coman, un joven futbolista que aún no ha cumplido veinticinco años, se pasó el partido corriendo de un banderín al otro, atacando cuando su equipo tenía el balón y defendiendo cuando lo tenía el contrario. Subió, bajó, disputó la pelota con el pie y con la cabeza, dio y recibió, peleó lo indecible, robó balones, se asomó al área. En definitiva, hizo de todo. De hecho, su entrenador prefirió cambiarlo tras conseguir el tanto porque entendió que el chico no podía más y se había vaciado.

En el bando contrario, ninguna de sus dos grandes figuras hizo absolutamente nada. Ni Neymar ni Mbappé dieron una a derechas en toda la noche y lo que es peor, ambos evidenciaron su gusto por la individualidad y su escaso compromiso a la hora colaborar en el trabajo de equipo que es lo que exige la final de una Copa de Europa.

Neymar lloraba amargamente  cuando acabó, seguramente porque se dio cuenta de que la inspiración no le había pillado trabajando.

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