Opinión

El intelectual especializado

Esta pandemia que va a cumplir un año de existencia, no solo ha modificado por completo nuestros hábitos sociales y ha disparado cientos de torpedos bajo la línea de flotación de nuestros sentimientos, sino que ha puesto en circulación una amplia galería de heterogéneos personajes que no habían salido a flote antes de lo del coronavirus o, al menos, no se habían manifestado en estos términos. Los peores entre todos los integrantes de esta fauna tan plural son los intelectuales especializados, mucho peores que los conductores de opinión, los amiguetes culturetas, los cuñados sabiondos y los jefes con complejo de superioridad que tratan a sus subordinados no solo como subordinados sino además como gilipollas, porque el intelectual especializado ha irrumpido en el ámbito del debate relativo al coronavirus creyéndose no solo en posesión de la verdad –que ya haría de él un individuo irresistible- sino tomándose a sí mismo como referencia moral para imponer su propio catálogo de comportamientos. Estamos por tanto ante una criatura terrible. Un sujeto que se considera superior en decencia y dignidad a cualquier otro ser humano y que, por tanto, pontifica. Utiliza para ello los abundantes canales que las nuevas tecnologías le suministran, y se te aparece en su divina apariencia, ya en la pantalla de tu teléfono móvil, ya en una ráfaga en la superficie de cristal de tu tableta, ya en cualquier sesudo programa de televisión, ya en las columnas de opinión de un diario cualquiera. Y adopta las formas más diversas. Puede ser un escritor y periodista uruguayo, un poeta israelí, una religiosa chilena, el cronista oficial de un municipio de la provincia de Cuenca, o un catedrático/a de Historia Contemporánea de cualquier claustro universitario del país, y muchas advocaciones más. Casi infinitas. El comportamiento suele ser el mismo incluso en los sujetos que esgrimen mayor renombre y los hay que han estado muy en la cresta de la ola y que se han dejado vencer por la tentación y han caído en este espantoso vicio. Cuando usted escuche la palabra de un tío que, desde el sillón de su casa, inicia un parlamento  apelando el dinero que los Estados invierten en el fomento y desarrollo de la Ciencia, abróchese el cinturón porque detrás de semejante preámbulo, llega la filípica. Y yo no estoy para aguantar ni a predicadores, ni a apóstoles ni a profetas. Que bastante tengo con lo mío.

Te puede interesar