Opinión

John Lennon que estás en el cielo

Tal día como el lunes pasado, John Winston Lennon hubiera cumplido 77 años si no he hecho mal las cuentas. Nacido en la madrugada del 9 de octubre de 1940 en el Hospital Materno de Liverpool, en todas las entrevistas que le hicieron posteriormente, su tía Mimi afirmó que su amado sobrino había venido al mundo en medio de un furioso ataque aéreo. Pero lo cierto es que en ninguno de los documentos que contabilizan los numerosos bombardeos que la  Luftwaffe llevó a cabo sobre los cielos del Mersey se refleja uno en aquella fecha concreta. John se hizo mayor y pudo haberse convertido en un delincuente juvenil pero le salvó la guitarra. Cuando los Beatles eran ya un fenómeno juvenil, cultural y social de excepcionales potencias en todo el planeta, John le regaló a su tía uno de sus discos de oro con una placa adjunta en la que se consignaba una de aquellas frases con las que Mimi procuraba educar al joven airado al que cuidó y quiso como si fuera un hijo: “Eso de la guitarra está muy bien, John, -le aconsejaba insistente- pero nunca te ganarás la vida con ella”.

Una melosa y probablemente errónea concepción del carácter de Lennon ha terminado convirtiendo a un sujeto atrabiliario y frecuentemente regañado con sus semejantes en una especie de apóstol de la paz mundial. Los sublevados catalanes con Puigdemont a la cabeza han tomado a Lennon como referente de paz y sosiego apropiándose de su figura y utilizándola en su martirologio. Sentadito en un piano blanco y con su modelo de gafas redondas de la Seguridad Social británica con las que Clement Attlee le ganó las elecciones a Churchill tras la guerra, Lennon se ha convertido en una especie de Jesucristo en la tierra acomodado a una tópica figura pacifista comúnmente aceptada a la que mucho han contribuido los sencillos acordes de su canción “Imagine”, convertida para su desgracia en un himno universal de la concordia y buen rollete. Nadie que adore como adoro yo a Lennon se cree esa angelical patina de santo adalid de la hermandad humana a la que le han condenado manipuladores de todo el planeta, pero la dudosa realidad alentada incluso por su propia viuda ha funcionado a costa de resumir la trascendencia de John en un espíritu de bondad y concordia tan lejano de la realidad como opuesto al auténtico joven airado y miope de la clase trabajadora se salía bofetadas del pub los sábados por la noche. En su alegre desconocimiento, Puigdemont quiso homenajearle en sociedad y cantó en su honor una canción en aquella risión de cena. Pero nadie le dijo que “Let it be” es de McCartney. Bendita ignorancia.

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