Opinión

La falta de respeto

El verano es tiempo de tortilla de patatas, arroz en paella, sangría, gazpacho y salmorejo, producciones viejas en el tiempo, sabias en su invención, equilibradas en sus contenidos e injustamente tratadas por los actuales gurús de la cocina que se empeñan en adulterarlos, deconstruirlos, desnaturalizarlos, y sustituir sus añejas y divinas fórmulas por tratamientos falsamente novedosos. En una palabra, los conductores de las nuevas tendencias en los fogones no solo no se han contentado con adulterar sus estructuras excelentes sino que les han perdido el respeto y eso es muy grave. No son las únicas genialidades españolas a las que se ha tratado con desdén, pero la saña con la que algunos pretenciosos de la cocina han operado en semejantes obras de arte rebasa sobre la extendida costumbre nacional de hacer de nuestra capa un sayo. Ahora que las tendencias políticas y sociales fomentan la adecuación de instancias gubernativas para la defensa de determinados colectivos o individuos expuestos, abogo yo por crear el ministerio para la defensa o valoración del gazpacho, para preservarlo de tratamientos disparatados que amenazan con cargárselo. Si es imprescindible que pongamos a trabajar a funcionarios de la Administración para salvar de su extinción al lince ibérico, el mar Mediterráneo o la cabra de la sierra de Gredos, imprescindible e igualmente justo es dedicar una cartera a preservar el gazpacho de las garras de ciertos depredadores con chaquetilla y gorro blanco que se han empeñado en someter una joya incomparable de nuestra coquinaria a desbarres que deberían acabar con ellos en un penal. Hace unos días, escuché a un sujeto que servía en su famoso local un dilatado número de preparaciones de gazpacho. De sandía, de fresa, de grosella y arándano, de remolacha, pétalos de flor… Todavía no sé a estas alturas si había alguno de tomate (con pepino, pimiento verde, pan cateto, ajo, agua, aceite de oliva, sal y vinagre) pero sospecho que no. 

Los gazpachos de ahora son para estetas de la figura. Por tanto prescinden del pan y del aceite porque engordan, del pepino y el ajo porque repiten, de la sal y del vinagre porque elevan la tensión… O sea, uno toma agua de rosas.

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