Opinión

La polémica constante

Estamos llegando a un momento muy delicado de la vida nacional en el que nada puede llevarse a cabo en este país sin que se desencadene una ardorosa polémica. El otro día, por ejemplo, la selección nacional de fútbol le ganó a Rumanía tras un partido muy completo, y lo que prometía ser una amable fiesta de celebración se convirtió en el drama padre, con el seleccionador irrumpiendo en el vestuario con los ojos enrojecidos por las lágrimas explicándoles a los jugadores que lo habían puesto de patitas en la calle. El seleccionador –un tierno sujeto llamado Robert Moreno al que su mentor, Luis Enrique, había repescado para su equipo técnico mientras ejercía como empleado de banca- acababa de clasificar a la escuadra patria para la próxima Copa de Europa de selecciones nacionales. Y aunque España estaba encuadrada en un grupo –compartido con Suecia, Malta y Rumanía- en el que lo verdaderamente difícil era no clasificarse,  tampoco está mal reconocer que obtuvo el pase como primera de grupo y sin perder un partido, lo cual no está mal del todo si uno no tiene en cuenta la calidad de los rivales. Lucho vuelve a casa.

Claro que este polémico despido muy apetitoso para originar polémica en los diarios y en los bares, no es nada si lo comparamos con la sentencia de los Eres de Andalucía, cuyas conclusiones no han sido asumidas por todos en igual, y ahí tienen ustedes a José Bono afirmando públicamente que pone la mano en el fuego por Griñán y su honestidad probada, sin que se le incendie el trasplante de pelo que se ha colocado en la cabeza, teniendo en cuenta que a este presidente de honestidad probada según un ex ministro del Interior, le han condenado a siete años de cárcel y nueve de inhabilitación, que no está mal del todo para alguien al que un referente del socialismo histórico considera de honorabilidad incuestionable. Bono dice que Griñán no se ha quedado ni un duro para su propio bolsillo así que vaya injusticia…

A mí me parece que el país necesita un descanso para poder meditar en hondura sobre sus propios errores. Pero a ese descanso no podrá llegarse mientras sus instituciones no hagan valer sus valores. Y no hay mejor condición para contribuir a ello que acatarlas y respetarlas, de modo que todos los que se hagan los tontos en este objetivo sepan a qué atenerse. Los pedos de Torra, las honestidades de Bono y los delirios de Rubiales, no hacen más que liar las cosas.

Te puede interesar