Opinión

La tumba olvidada

Hace apenas un par de días, el Tribunal Supremo ha suspendido la exhumación de los restos de Francisco Franco depositados bajo una pesada losa en la Basílica de Cuelgamuros, impidiendo su traslado a otro enterramiento, situado al parecer en el cementerio de El Pardo donde están depositados los de su mujer. La cautelar suspensión se practica atendiendo a los recursos judiciales  interpuestos por la familia del general, empecinada en impedir que sus huesos abandonen el sepulcro donde se depositaron tras su fallecimiento en noviembre de 1975.

Semejante medida debería haber aparejado un auténtico clamor popular en sintonía con el deseo mayoritario de la sociedad española para propiciar este traslado que Pedro Sánchez eligió como bandera en los primeros compases de su mandato. Pero ni la sociedad española se ha fijado en esta decisión del alto tribunal ni Pedro Sánchez ha dicho una palabra, entre otras cosas porque, a estas alturas del panorama político consiguiente al procedimiento que le hizo jefe de Gobierno, Franco, sus huesos, su traslado, el destino del Valle de los Caídos y la propia historia del país desde 1940 hasta 1975, a Sánchez le importan un higa que dirían los clásicos. Sánchez necesitó un argumento político de cierta entidad para legitimarse ideológicamente tras su dudosa elevación a la presidencia, y se acordó del dictador sepultado en las alturas de la sierra madrileña desde hacía cuarenta y cuatro años del que las nuevas generaciones españolas ni se acordaban ni falta que les hacía. Metió el palo en el avispero para rescatar una historia que le convenía manipular, la esgrimió y manoseó durante un tiempo para congraciarse con una izquierda  apolillada y caduca que también le hacía falta. Y una vez conseguidos sus objetivos, se acabaron las urgencias, la toma de posiciones, las exigencias y los pleitos con los Franco. Remover al dictador en su huesa ya no hacía falta para nada.

Sánchez no mencionó a Franco en su campaña electoral y ahora no quiere ni verlo. Seguramente está deseando que el contencioso se prolongue todo lo posible en la soledad de la pugna judicial y acabe por apagarse y olvidarse. Franco seguirá en su sitio y Sánchez se dedicará a otra cosa. Volverá a echar mano de sus restos cuando le hagan políticamente falta. Y vuelta a empezar.

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