Opinión

Las calles y míster Lynch

Una de las canciones que han reportado una mayor fama mundial a los Beatles y a Liverpool la ciudad donde nacieron, es “Penny Lane”. Escrita por Paul McCartney recordando su adolescencia, y anotando en su texto todos los rincones populares que configuran una larga calle de barriada con entidad bancaria, peluquería, parada de autobús y cuartel de bomberos, hace algunos años, una concejala de distrito del Partido Liberal llamada Barbara Mace, propuso cambiarle el nombre. Penny Lane se lo debe a la memoria de James Penny, un industrial de la ciudad nacido en 1741, que se hizo rico como armador de una flota de barcos dedicados a la trata de esclavos, y llegó gracias a esa gran fortuna al Parlamento donde se distinguió por la defensa a ultranza del tráfico negrero. La concejal Mace defendió la necesidad de borrar del callejero todas las calles, parques, plazas y avenidas de la ciudad que se relacionaran con semejante vergüenza. Sin embargo, topó con la frontal oposición de amplios sectores ciudadanos y personalidades que infundían un enorme respeto como precisamente Eric Lynch, el director del Museo de la Esclavitud que, dependiente del Merseyside Maritime Museus, muestra al mundo los horrores de esa época recreando incluso el ámbito y el sonido de las sentinas de un barco esclavista, una realidad virtual que eriza los pelos. Así razonó Lynch –que es un reconocido y admirado historiador por otra parte de raza negra- su negativa: “si ustedes cambian esos nombres, es como si nada hubiera pasado. Desaparecerán las pruebas y la gente se olvidará. Ustedes ni pueden ni deben cambiar la Historia por muy despreciable que esta sea”. El ayuntamiento decidió finalmente que cambiar los nombres de unas calles que recordaban el pasado –por muy vergonzoso que fuera- no era la mejor manera de mejorar el futuro. Quedaron como estaban y Penny Lane sigue siendo Penny Lane. 

Los españoles de cabeza volátil y sangre caliente deberíamos aprender de estos pragmáticos y sensatos razonamientos. Las calles de las ciudades perpetúan pasados acontecimientos y recuerdan a aquellos que los hicieron posibles. Pero nadie dice que esos hechos deban ser por fuerza buenos. Son simplemente reales y conciernen a todos, y si son buenos nos orgullecerán. Pero si no lo son, nos recordarán la necesidad de no repetirlos de cara a generaciones venideras. La Historia es una, y hay que cargar con ella.

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