Opinión

Las fronteras del problema

Uno de los mantras que los independentistas catalanes circulan con más frecuencia es aquel que desgrana la calidad casi inigualable de su democracia interna. A los independentistas catalanes se les llena la boca con conceptos que predican todos los días y a todas horas pero que luego no cumplen. Términos tan hermosos como solidaridad, libertad, democracia, amor, generosidad, comprensión, hospitalidad, ternura… Nadie se ha ensalzado ni mitificado tanto como los catalanes secesionistas a sí mismos, una vía de autoalabanza y narcisismo enfermizo que, por un lado choca con una realidad que sin embargo genera represión, fascismo, insolidaridad, opacidad, fanatismo y violencia, y por el otro no permite, -como sería su deseo- internacionalizar el conflicto por la vía de la comparación con otras situaciones que ellos suponen paralelas porque las comparaciones no resisten. A los dirigentes del independentismo les fascina identificarse con los escoceses, los canadienses o los bávaros, emparejando su conflicto con el de estos ejemplos desperdigados por otras latitudes del planeta. Pero se olvidan de lo principal. En todos estos supuestos a los que la clase política independentista se refiere, se advierte la presencia de dirigentes políticos y administrativos dignos que no aplican recetas falsas, que no manipulan, no imponen por la fuerza y por tanto, no mienten. Los ejemplos foráneos están en las manos de políticos que defienden un ideario, que pelean por él, pero que lo hacen utilizando mecanismos legales que no deslegitiman sus posturas ni descalifican sus peticiones. Algo muy distinto al comportamiento del soberanismo catalán, al que nunca le ha importado mentir. Ni mentir ni desobedecer, ni pisotear la legislación vigente o despreciar las leyes. Y eso es lo que convierte  sus objetivos en ilegalidades.

Este afán de internacionalizar su problema tropieza frontalmente con la creencia generalizada de que este es un problema local que debemos solucionar los españoles. Yo también opino así, circunscribiendo su trascendencia al terreno estrictamente regional y sosteniendo que los únicos que pueden arreglar su tema son los catalanes. La manifestación de hace unos días con concentración multitudinaria en Cibeles me parece una mamarrachada más. Una de tantas, también es cierto.

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