Opinión

Las leyes y sus efectos

Si bien no está ni medianamente aclarado para sus propios ponentes, cuáles son los objetivos a cumplir por las futuras medidas a adoptar sobre el negocio carnal que la ex ministra Carmen Calvo ha proclamado coincidiendo con el Congreso del PSOE y en atención a una propuesta presentada desde Valencia, todo parece indicar que el Gobierno se compromete a abolir la prostitución en esta legislatura. La ambigüedad del mensaje es una de las características del Ejecutivo, quien suele propagar el logro antes incluso de obtenerlo. La fea costumbre de proclamar las excelencias de una actuación sin que la cabra esté amarrada, constituyó uno de los motivos fundamentales en los que se basó Pedro Sánchez para cesar a su equipo, pero es evidente que el hábito se mantiene todavía. Es tan inconsistente el contenido de este anuncio sobre abolición de la prostitución que en verdad, y tras una lectura ponderada de lo que se pretende, no resulta fácil extraer consecuencias. Calvo, como siempre, ha dado al mundo la noticia pero nadie sabe a estas horas si se perseguirá a los proxenetas, si se cerrarán algunos o todos los locales de alterne, si se condenará a los clientes, si el objetivo es abolir la trata de blancas y la esclavitud sexual, si se multará a los moteles de carretera que están todos a ello, si una cosa será el uso y otra el abuso, si ambas cosas recibirán el mismo tratamiento, si las perseguidas serán las propias prostitutas, los chulos, los policías metidos en la melé, o si a partir de una determinada fecha no habrá más comercio y todos los locales grandes y pequeños que se dediquen a esta actividad serán clausurados de la noche a la mañana. En realidad, se supone la abolición total pero no se sabe cómo. En realidad, no se sabe nada.

En 1935, el Gobierno de la República promulgó una ley que ilegalizaba la prostitución, decreto que fue abolido paradójicamente por el franquismo en 1941 y que fue trampeando y recibiendo tratamientos más o menos severos a lo largo de la Dictadura según soplara el viento. Nunca se volvió a ilegalizar la prostitución en España, sospechando que si se abolía, el negocio, clandestino, seguiría más pujante y además, imposible de dominar. Es lo que puede pasar hoy, aunque lo más probable es que el mensaje de Calvo siga siendo el ruido de las nueces y no las nueces mismas. Supongo que bastaría con que legisladores, jueces y policías cumplieran rigurosamente con su oficio…

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