Opinión

Lo que nos arorraríamos

Teniendo en cuenta que el sentimiento religioso anda muy tocado en estos tiempos, y teniendo en cuenta que esa cuestión pendiente de la pederastia no suficientemente abordada le ha hecho mucho más daño a la iglesia católica que el cisma luterano, la Semana Santa se ha convertido en un oasis a estas alturas del año en curso dispuesto para hacer las maletas y salir corriendo rumbo a la playa más cercana. Los que tenemos la playa cerca solemos buscarnos otros objetivos, pero en esencia da lo mismo. De lo que se trata es de poner tierra de por medio, cargar las pilas mediante un gratificante puente largo de vacaciones, y volver al curro con buen color y las pilas cargadas. Hace años, esta era una semana que ponía los pelos de punta y hacía castañetear los dientes, con oficios de tinieblas, penitencias y privaciones, traqueteo de carracas y sayos morados. Pero las cosas han cambiado y los únicos damnificados de este periodo de asueto me da a mí que son los sufridos agentes de la sección de Tráfico de la Guardia Civil, todos al borde la carretera por superior mandato. La gente se deja la vida en los caminos por el ansia misma de llegar lo antes posible y tirarse al agua desde la misma ventanilla del coche, y así pasa lo que pasa. Que por muchos dispositivos que siempre las carreteras, por muchos helicópteros que vigilen desde el cielo, por mucho esforzado picoleto o picoleta que estén a ras de arcén,  y por muchas multas que nos abrasen, el número de víctimas asciende cada año. Antes no salía ni la mitad, pero ahora hay que ver cómo se ha puesto todo.

Para alguien tan ecléctico como yo, esta mezcla explosiva entre la diversión a saco y el fervor religioso nunca me ha gustado y encuentro en ambos comportamientos un profundo desequilibrio que debería no extrañarnos porque para eso vivimos en un país que ha hecho de los extremos y por los siglos de los siglos su cauce de pensamiento y una auténtica pauta para vivir. Pero esa aceptación no es obstáculo para sospechar que no es lo mejor de nuestro carácter. Si fuéramos un poco más templados nos habríamos ahorrado gran parte de los sucesos que han sembrado de sangre y tragedia abundantes jalones de nuestra historia. Qué bien nos iría siendo más sensatos.

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