Existen muchas cosas en nuestro entorno vital cuya evolución ha sido en general deslumbrante. Hay, naturalmente contundentes ejemplos de este fenómeno, cuyo reflejo en aspectos cotidianos nos impelen a considerarnos en un mundo muy mejorado con respecto a periodos pasados que están en verdad a pocos años del nuestro. A mí se me ocurren dos muy significativos de este avance, aunque seguramente nadie piense en ellos y prefiera discurrir sobre otros más explícitos. Los que yo propongo son la manera de tocar el bajo y el baloncesto.
El bajo es probablemente el instrumento que más y mejor ha evolucionado en el contexto de la música popular tras no pocos bandazos y muchas probaturas para encontrar su plaza definitiva en el conjunto armónico de una formación musical. Desde que abandonó su condición de contrabajo de madera e ineludible compañía de la música de jazz en las manos mágicas de tipos como Willie Dixon por ejemplo, y se hizo guitarra más cómoda y manejable para que la usaran sujetos blancos y sajones o coloniales como Paul McCartney, John Entwistle, Jack Bruce o Peter Cetera –a mí son los que más me gustan y para gustos hay colores- el instrumento ha pasado por periodos de titubeo y horterismo circense sin límites hasta recuperar su triunfal papel discreto y contundente en las bandas. El otro ejemplo de avance incontenible es el baloncesto, hasta el punto de que los que lo jugamos a principios de los años setenta ni siquiera lo entendemos. No solo se trata de la complexión de sus jugadores cuya fortaleza física deslumbra e intimida, sino su dinamismo basado en sabias modificaciones del reglamento para incrementar su espectacularidad.
Pero si bien en este y en otros casos igualmente llamativos hemos ido considerablemente a mejor, en el desarrollo de la actividad política y en el perfil de los que la practican hemos perdido por goleada y hemos de conformarnos con ser legislados por personajes que no les llegan a los antiguos representantes del pueblo a la altura del dobladillo del pantalón o el reborde de la falda. Los políticos/as de hoy son infantiles, insensatos, iletrados, irresolutos e irresponsables, se mueven por sus propios intereses, están esclavizados por las encuestas y apenas tienen en cuenta el interés del administrado. Nada que ver con los antiguos parlamentarios que llevaban en la sangre la concepción de Estados. Unas veces se gana y otras se pierde, eso está claro.