Opinión

Lo que se juega

Si bien mi irrefrenable vocación de periodista, y mi intransferible condición de demócrata convencido me invitan a escribir sin parar sobre las consecuencias de este asalto al Estado de Derecho que desde el Parlamento de la nación está protagonizando Pedro Sánchez y su núcleo duro, cuyas conclusiones pueden ser mucho peores aún de lo que en un primer recuento pueden imaginarse, me reconozco a mí mismo hastiado, dolorido e invadido por el más oscuro pesimismo al calibrar la repercusión que puede tener mi palabra escrita, y mis nulas posibilidades de cambiar esta trágica tendencia. Si Sánchez no le ha hecho caso alguno a los dictámenes de sus propios asesores legislativos, si ha necesitado asaltar los más altos tribunales de Justicia colocando jueces afines que respalden su legislación a la carta, si ha despreciado e incluso ridiculizado los consejos leales que le han ofrecido personajes de fuste jurídico y político, si se ha mofado y ha insultado a sus propios compañeros de partido que no le han reído sus delirios, si se ha pasado por la axila las corrientes críticas que brotan de aquellas figuras veteranas que pactaron y construyeron con generosidad la España pos franquista… nada hace pensar que se va a conmover por lo que escribamos opinantes tan insignificantes como yo mismo. No es solo el grito de la oposición y las declaraciones institucionales de Alberto Núñez Feijoo tentando la posibilidad de frenar esta deriva las que se han opuesto a este plan insensato. Felipe González, Alfonso Guerra, César Antonio Molina, Javier Sáenz de Cosculluela, José Luis Corcuera, Julián García Vargas, Josep Borrell, Cristina Alberdi, Joaquín Leguina, Emiliano Garcia Page o Javier Lambán, todos ellos miembros de alta gama del Partido Socialista Obrero Español también lo ha hecho. Han levantado la voz para reclamar al actual presidente del Gobierno que frene en su plan premeditado para demoler las instituciones del Estado, desmembrando la soberanía del país, destrozando sistemáticamente todo lo conseguido desde la muerte del dictador y la reconstrucción de nuestra pisoteada democracia.

No es por tanto a mí ni a tantos y tantos veteranos de la Transición como yo a quienes toca frenar las ambiciones de un presidente y su guardia dura que han roto con el orden constitucional, sino a las instituciones, a los jueces y por supuesto, a sus compañeros de partido. Nosotros ya hicimos lo nuestro aunque el sanchismo lo pulverice. Ahora les toca a otros, sabiendo que en esa defensa ante esta avalancha nos va la vida.

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