Opinión

Los contrapesos

Dicen los expertos en comportamientos sociales que todo peso necesita su contrapeso y que si no hay en lontananza una referencia válida para equilibrar fuerzas, lo suyo es crear la que falta. Eso hizo un personaje de probada inteligencia como Cánovas cuando se encontró con la Restauración entre las manos y un complejo escenario para consolidarla. Por acabar de liar las cosas, el general Martínez Campos actuó por libre y se alzó exigiendo la vuelta del príncipe Alfonsito, heredero del trono tras la abdicación de su señora madre la reina Isabel. Cánovas, que se había pasado los años del Sexenio Revolucionario, maquinando con celo extraordinario el complejísimo proceso y lo tenía todo atado y bien atado, se encontró de buenas a primeras con la pataleta del militar que echaba por tierra sus planes de hacer del joven Alfonso XII  un rey intachable, reinstaurado en el trono por aclamación popular, en lugar de por Martínez Campos  y su espadón levantado a la trágala y por libre en un campo de naranjos de Sagunto delante de una brigada que le prestó su amigo Luis Dabán para que formara el cuadro y leyera su manifiesto.

Cánovas, conservador y uno de los más brillantes políticos de nuestra historia, entendió muy pronto que, para que todo saliera bien y el recién llegado tuviera un reinado venturoso, necesitaba un contrapeso urgente que encarnara los anhelos  progresistas. Y sin más, echó mano de Práxedes Sagasta y lo nombró su rival político sin escribirlo en ningún sitio. El riojano, que también era veterano y listo, aceptó el encargo y ambos acapararon la política nacional hasta el inicio del nuevo siglo a pesar de la prematura muerte del monarca que podía haber descabalado todo el teatrillo. Cánovas y Sagasta velaron juntos por la seguridad de la reina María Cristina, e iban saliendo y entrando en razón de las exigencias del tiempo hasta la mayoría de edad del heredero siguiente, Alfonso XIII. Su comportamiento fue modélico y eso que la gobernadora doña María Cristina adoraba a Sagasta y Cánovas le caía como un tiro. Y buena era de carácter, alemana y criada entre monjas como muy bien averiguó el duque de Sesto que padeció sus iras.

O sea que Cristiano se fue y ahora se van  Messi. Empieza otro juego de poleas. Ya saben, como Di Stéfano y Kubala, Dato y Canalejas, Manolete y Arruza. O Ramón y Cajal, como dijo alguien un poco rudo cierto día.

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