Opinión

Los más aburridos

Dice un amigo mío que los políticos son como los árbitros, que cuanto más desapercibidos pasan mejor resultan. Él lleva su teoría hasta las últimas consecuencias y supone por tanto que cuanto más aburrido es un país mejor resultado obtiene. Dirigentes con gafas de concha, traje gris, falda plisada, cartera marrón y pocas palabras.

Seguramente tiene razón  y no hay más que echar una ojeada al mapamundi para encontrar ejemplos que consolidan una hipótesis que, a pesar de su aparente singularidad, no tiene nada de tonta. Al fin y al cabo, el hecho de que uno no salga en los periódicos es sinónimo de que no le pasa nada fuera de lo cotidiano, y aunque como periodista adoro los ámbitos que despiertan el interés y la curiosidad y cuando era joven moría por investigarlos, para mí mismo prefiero no vérmelas con mis colegas más que en situaciones de igual a igual. Almuerzos el día del patrón, o cañas a media tarde. Los prefiero compartiendo un asiento en el fútbol o una copa en un concierto de rock and roll que haciéndome preguntas.

Con los países pasa en realidad igual, y pruebas hay abundantes de que cuando a un país se le sale la cadena ya la tiene liada. Hace apenas quince años, Francia por ejemplo, era una nación tan previsible que en ella nunca pasaba nada hasta que pasaba –como prueba su historia- y entonces la lían parda. Cada cien años justos montan una de las buenas -la Revolución (francesa naturalmente) de 1789, la Comuna de París de 1871 o la revuelta de Mayo de 1968- salen en todos los papeles y recobran la fama. Mientras tanto, despacito y buena letra como ocurre, un suponer, con el Reino Unido que ha perdido la cabeza, ha tirado por la disparatada calle de en medio votando el Brexit y ahora no para. Ambos países han dejado de ser aburridos y se han tornado caóticos. Italia es otro cantar y tampoco les vendría mal un poco de calma pero es un país que habita en la esquizofrenia política desde hace lustros.

Yo, para el mío quiero el modelo nórdico que no trasciende y se lleva a la chita callando. Personalmente, no tengo ni la menor idea de cómo se llaman los presidente(a)s o los primeros ministro(a)s de Suecia, Noruega, Finlandia o Islandia y sospecho que tampoco se lo saben sus propios administrados. Y así de felices viven. Si tuvieran al Puigdemont ya sería otra cosa.

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