Opinión

Las luces que se apagan

Como  la gente sabe que yo de las cosas de la música antigua tengo cierto conocimiento, suele pedirme opinión sobre las bandas que reinaban entonces, y me pregunta si después de los Beatles hay algún otro favorito que me sacuda los adentros. Hay, en efecto, todo un escalafón personal y particular que desgrana mi admiración y reparte mis sentimientos por más de dos docenas de formaciones de división de honor en cuyos senos se han refugiado los más grandes talentos del rock and roll, del folk, del country, del pop británico y en general de aquellas mil maneras de tratar la vieja y adorada música que certificó la vida, obra y milagros de al menos dos generaciones completas de ávidos y entregados adolescentes entre los que el firmante se cuenta.

Por eso, cada vez que se apaga una luz se apaga también un gramo de mi alma aunque me quede la huella indeleble de su recuerdo impregnando las vibraciones de mágica aportación al tesoro cultural propio y de todos mis hermanos. Esos que nos hicimos viejos escuchando hasta la extenuación el diapasón de sus guitarras, de sus bajos, de sus teclas y de su batería… Hace unos días se despidió Jeff Beck, bandera y guitarra de Yardbirds y seguramente el mejor de todos los mejores guitarras británicos y mira que los hubo. Y ayer el que se marcho fue David Crosby y eso sí que duele.

Yo, ya saben, primero Beatles, después nadie y después de nadie Byrds, la banda de San Francisco y seguramente la más grande de las bandas fundadas y crecidas en los Estados Unidos, aquella que le puso electricidad a lo que escribía Dylan y que se construyó en torno a cinco sujetos –la voz y la pandereta de Gene Clark, el bajo de Chris Hillman, la batería de Mich Clarke y las guitarras de Roger McGuinn y David Crosby- cogidos a lazo entre las canteras de folcloristas y puestos a cantar y tocar a la busca de una contramedida de fuste para neutralizar el poderío de la invasión británica. 

Lo bueno de David Crosby, el más salvaje de aquellos buenos salvajes, es que ha vivido más de lo que le correspondía, a cuenta de una  deplorable mala salud de hierro. Muchos años de esa apuesta de supervivencia se los debió a su ángel de la guarda, un inglés bajito y con un corazón de oro llamado Graham Nash que lo salvó de casi todas hasta que más no se pudo. David Crosby se apagó a los 81 y muy lejos llegó si me apuran. Pero a estas pérdidas nunca se acostumbra uno.

Te puede interesar