Opinión

La madre de todos los programas

La aparición de Isabel Pantoja en el programa de Pablo Motos me pilló de sorpresa y con los rulos puestos. Andaba yo dándole al mando buscando cualquier cosa en la que reposar el alma y me hallé ante Isabel Pantoja haciendo un gazpacho que al final se me antojó incomible porque el aceite no se pone en el vaso junto con el resto de los ingredientes y menos casi medio litro de oliva virgen que amarga cosa mala –ni los andaluces se lo echan al gazpacho y se procuran uno más fino de 0’5 para no salir tosiendo- cuando lo aconsejable es añadirlo poco a poco para que emulsione. Tampoco se le debe poner un ajo por las buenas sin quitar el brote que es lo que pica y repite. Si además el gazpacho no se rebaja con agua y no se cuela como fue este caso, lo que brota de ese intento es un puré de vegetales mal triturados que no hay que se coma. Lo digo en serio.

Pero el horror de este programa por desgracia inolvidable no es ese gazpacho de pega que nadie en su sano juicio sería capaz de tragar sino su propia y traicionera esencia de espacio pactado, mil veces trucado, inocuo y pelotero que Motos se sacó de la manga para mayor gloria de una figura recién puesta en libertad tras cumplir condena por delito fiscal, una parte de la vida de esta tonadillera convertida en diva que nadie se atrevió a tocar. Isabel Pantoja se ha situado por propia iniciativa por encima de lo divino y lo humano aferrada a su falsa sonrisa y a esa imagen prefabricada de víctima de la envidia y la maledicencia que ella misma y su entorno han edificado. Pantoja habla con voz engolada, ríe sin tino, mueve mucho los ojos y las manos y siente como ninguna otra dama en la tierra. Pablo Motos colaboró desinteresadamente en este circo, esta hoguera de las vanidades en la que convirtió el lunes su programa. Él sabrá.

Y luego vino el fin de fiesta, la divina cantando en directo acompañada por una gran orquesta se supone sin trampa ni cartón. Aquello sonó sin alma, sin equilibrio, a impulsos, excesivo y deslavazado. Sonó a enaltecimiento de una voz elevándose por encima de los músicos, despreciando las excelencias y las bondades de un sonido compacto y bien fraguado. A mí me pareció un desastre pero yo para la copla no ando muy listo esa es la verdad. En todo caso, yo también vi el programa así que Pablo Motos triunfó. Y de eso se trataba.

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