Opinión

El mal de las redes sociales

Con frecuencia he confesado desde esta misma sección que lleva mi firma hace casi cuarenta años, mi total y absoluto abandono de las redes sociales –una decisión profiláctica que deberíamos adoptar todos los periodistas del mundo para tratar de preservar nuestro propio oficio de influencias malsanas- ante la deriva hacia la total vileza que han tomado semejantes plataformas de expresión, especialmente en estos últimos años. Las redes sociales se han convertido en un oscuro pozo sin fondo de mala leche y frustración con licencia para menospreciar, herir, amenazar, insultar, tergiversar, presionar, ultrajar y mentir, amparándose en el anonimato, el más cobarde de los sistemas.

Hace más de medio siglo que escribo, siempre he intentado hacerlo con sinceridad, rigor y respeto, y nunca he apelado a subterfugios como el de la libertad de expresión y el derecho a la libre opinión para volcar mis miserias. Esas se negocian con uno mismo. Hace unos días, Paloma del Río, una veterana periodista con autoridad suficientemente bien ganada con la ejemplaridad de su trabajo y la honorabilidad con el que lo desempeña, se expresaba ante unas cámaras más o menos en el mismo sentido. La razón argumentada por una mujer referente mundial en la práctica del periodismo deportivo –por ejemplo, para poder hablar con pleno conocimiento de causa sobre los deportes que comenta llevó a cabo los cursos de juez federativo en cada una de esas modalidades- fue el indeseable tratamiento sufrido en las redes sociales por otra mujer ejemplar, la nadadora Mireya Belmonte, quien no había alcanzado en su intervención olímpica los resultados supuestamente apetecidos. Como siempre, las redes sociales habían triturado a la nadadora catalana, y Paloma del Río mostró su indignación por este inicuo linchamiento, expresando su vergüenza por esta actitud y abominando de las redes sociales si para lo único que sirven es para esto.

Yo así lo opino. Y para respaldar mi testimonio, ya no las utilizo. Lo que tengo que decir lo digo en el periódico que me soporta desde hace tantos años y lo firmo. Algún que otro

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