Opinión

Más que la pandemia

Ya es desgracia lo de la maldita pandemia que nos está encogiendo el corazón y nos ha vuelto tan individualistas como temerosos, desconfiados y huidizos. Por si esta peste que lleva con nosotros casi un año no fuera castigo bastante para machacarnos la vida, está el vicepresidente del Gobierno para sumirnos en la tenebrosa conclusión de que estamos en manos de una comunión de bocazas irresponsables a los que el azar ha otorgado, para nuestra desgracia, responsabilidades de gobierno.

El vicepresidente de este Ejecutivo de coalición compuesto por esos veintitrés personajes muchos de los cuales están allí colocados para hacer bulto –cada vez que me hago esta reflexión me acuerdo del sujeto que asumió la cartera de Universidades que cobra como un campeón y que por lo visto actúa a distancia residiendo en los Estados Unidos- es, con diferencia el que más susceptibilidades transmite, no solo porque va por libre y, teniendo en cuenta su particular manera de entender su función política, se convierte en una fuente inagotable de peligros, sino y sobre todo, porque sus comportamientos son dañinos además de indignos. Indignos de un representante del Gobierno por su atrabiliario sentido de las responsabilidades, pero especialmente dañinos porque defienden presupuestos que el Gobierno de España no puede defender por definición y que conculcan permanentemente los principios más elementales.

Su opinión sobre el prófugo Puigdemont es inadmisible. Lo sería para un ciudadano normal por utilizar argumentos incalificables y vejatorios para determinados colectivos. Pero lo es aún más, porque es vicepresidente del Gobierno y se debe a su nación, a sus instituciones y al compromiso adquirido cuando prometió su cargo. En mi opinión, actuaciones de este porte deberían ser merecedoras de sanción. Y si no se toman estas medidas es porque las condiciones que hicieron posible el acuerdo para alcanzar la mayoría no lo permiten, y hacen del presidente rehén de su propia ambición política.

Iglesias no va a dar marcha atrás pero cada vez se abre paso la sospecha de que el vicepresidente actúa así no por ideólogo, sino simplemente, porque es un inculto y un borrico. Y eso es peor aún.

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