Opinión

Memorias de dirección

Uno aprende con los años a entender que ningún cambio en la dirección de cualquier cosa se produce por generación espontánea, y mucho menos, en la de un periódico. En ese caso, el aprendizaje se produce en las propias carnes que es lo que me pasó a mí y les ha pasado a todos los que han estado en la misma situación que yo. Uno se plantea su carrera profesional probablemente soñando en llegar a la dirección de un periódico, y cuando se concreta ese instante supuestamente cumbre, uno acaba percatándose de que no es en absoluto algo tan bueno como se había soñado. Sinceramente, no guardo un recuerdo especialmente grato de esa etapa en la que los disgustos se impusieron a las alegrías casi por goleada. Y sospecho que este apreciable amargor que me tiñe el paladar cada vez que rememoro aquellos años, lo comparten la mayor parte de los colegas a los que les tocó desempeñar esa papeleta que yo he desempeñado. Francamente, y al final de ese ciclo que normalmente acaba de manera antipática, uno sospecha que quizá hubiera sido mucho más feliz siendo sacristán en lugar de haber llegado a Papa.

Lo pienso para mis adentros mientras leo la noticia de un cambio de titular en la cabecera de “El País”, un relevo que me pilla por sorpresa no solo por el hecho de permutar otra vez al máximo responsable de un periódico que no tenía por costumbre mudarlo con tanta facilidad, sino por el propio perfil del nuevo ocupante del puesto. En unos días, la nueva directora del famoso diario será Pepa Bueno, a la que yo tenía por una periodista con excelente sintonía con la Moncloa pero que no deja de ser una profesional criada exclusivamente en un medio tan específico como la radio donde, en efecto y al amparo de la cadena SER, lo ha ocupado casi todo. Pero es cierto también que su experiencia en prensa escrita se ha ceñido al papel de redactora de artículos de opinión en algunas de las páginas del diario que le van a poner entre las manos, lo que equivale a ver los toros desde la barrera.

De todos modos, no nos engañemos. La figura del director, en el contexto socio político español actual, ha variado tanto como el papel de un portero de fútbol. Por tanto, sospecho que el nombre es lo de menos. Si es al contrario, no podré por menos de alegrarme.

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